12/12/16

Ortega y Gasset. El Espectador



José Ortega y Gasset.
El Espectador I y II.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.


José Ortega y Gasset.
El Espectador III y IV.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.

"Por tierras de Sigüenza y Berlanga de Duero, en días de agosto alanceados por el sol, he hecho yo —-Rubín de Cendoya, místico español—un viaje sentimental sobre una mula torda de altas orejas inquietas. Son las tierras que el Cid cabalgó. Son, además, las tierras donde se suscitó el primer poeta castellano, el autor del poema llamado Myo Cid.
No se crea por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un  hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman; quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularse de que efectivamente haya pasado, y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presente arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, asciendan a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia."

Así comienza la primera de las 'Notas de andar y ver', uno de los capítulos del primer tomo de El Espectador, la revista unipersonal que José Ortega y Gasset proyectó con una periodicidad bimestral que no pudo cumplir. 

Finalmente publicó ocho tomos entre 1916 y 1934. Ocho tomos que Alianza Editorial recupera en su colección El libro de bolsillo en el marco de una Biblioteca de autor dedicada a Ortega. 

Coordinados y revisados por un equipo de trabajo del Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, los tomos originales van a ir apareciendo de dos en dos en cada volumen.

Precedidos de sendas notas preliminares sobre las peculiaridades y la génesis de los textos, en el primer volumen se recogen las entregas de 1916 y 1917 y en el segundo los tomos correspondientes a 1921 y 1925.

Está en estos libros el mejor Ortega desde el punto de vista literario, el prosista brillante que, más allá del descuido barojiano o del esquematismo casi telegráfico de Azorín, da constantes muestras de una prosa de largo aliento, elaborada, clara y tersa que alcanza en estas páginas sus manifestaciones más altas.

Son las páginas de Ortega que han soportado y seguramente soportarán mejor el paso del tiempo por la consistencia estilística de una prosa en la que conviven el matiz y la limpidez, la levedad fluida de la frase y la precisión luminosa de sus imágenes.

Y aunque en todos ellos está el pensador profundo, estos no son textos estrictamente filosóficos, sino manifestaciones de la curiosidad intelectual de un observador perspicaz. Están en su variedad más cerca del libro de viajes, de la crítica literaria, de los apuntes sobre pintura, arquitectura o música.

Con la reflexión sobre España al fondo, son ensayos de ética y estética en los que Ortega aborda la pintura de El Greco y de Velázquez, las novelas de Baroja y el casticismo de Azorín o sus andanzas por Soria y Sigüenza.

Se recogen en estos volúmenes algunos de los textos más memorables y de los ensayos breves del autor de las Meditaciones del Quijote: ‘Tierras de Castilla. Notas de andar y ver’, ‘Tres cuadros del vino (Tiziano, Poussin y Velázquez)’, ‘Ideas sobre Pío Baroja’, ‘Azorín. Primores de lo vulgar’, ‘De Madrid a Asturias o los dos paisajes’ o ‘Meditación del marco.’

Textos en los que el extraordinario prosista que fue Ortega dejó la impronta de su voluntad de estilo, de su intuición y su inteligencia, de su capacidad para la sutileza, para la metáfora o la sugerencia impresionista.

Un ejemplo entre muchos posibles: este párrafo de ‘Las dos lunas’, un capítulo de ‘De Madrid a Asturias o los dos paisajes’:

"En el momento de entrar la noche, la luna menguante aparece a media altura, como una pupila que va pasando sobre la campiña y quedara llena de estupor. En la alta mies, de súbito, surge un labriego que lleva al hombro una guadaña. Se mira en ella la luna, y el hierro de la guadaña parece convertirse en una luna tan verdadera  como la de arriba. Es un momento de emulación y equívoco: ambas lunas refulgen caminando en sentido inverso. Pero el tren corre y deja ambas a un lado, sin que sepamos, en efecto, cuál es la original."

Santos Domínguez