2/11/16

Hölderlin. El rayo envuelto en canción


Antonio Pau.
Hölderlin. 
El rayo envuelto en canción.
Editorial Trotta. Madrid, 2008.

El poeta Christoph Schwab, que vio a Hölderlin cuando volvía a refugiarse, una vez más -y otra vez derrotado-, a la casa familiar del Nürtingen, escribió: “Era como una sombra. El sufrimiento y las luchas interiores habían hecho mella en su cuerpo, en otro tiempo robusto. Pero más llamativa era la irritabilidad de su estado de ánimo: la palabra más insospechada e inocente, que no tenía nada que ver con él, podía producirle indignación, y entonces dejaba plantada a la persona con la que estaba hablando.” 

Sin embargo, de esos mismos días del viaje de vuelta -junio de 1800- es uno de los más bellos poemas de Hölderlin (1770-1843), en que la ilusión, la nostalgia y la resignación aparecen dulcemente entrelazadas. Vida y obra quedan algunas veces así, misteriosamente bifurcadas, cuando se trata de grandes poetas. El poema se titula “Regreso a la patria.”

Con esos párrafos comienza Antonio Pau uno de los capítulos vertebrales de Hölderlin. El rayo envuelto en canción, que publica Editorial Trotta. Un libro ya canónico sobre la figura y la obra de uno de los poetas fundamentales de la tradición occidental.

Biografía, ensayo crítico, antología esencial, guía de lectura... Todo eso es este volumen que se abre con la evocación del momento–1914, en vísperas de la Gran Guerra- en el que Rilke descubre deslumbrado la poesía de Hölderlin, un poeta infravalorado por sus contemporáneos y recuperado en el siglo XX. 

No es un capricho ni una casualidad esa evocación inicial. Antonio Pau, uno de los mejores traductores de Hölderlin, es también autor de la que posiblemente sea la mejor aproximación en español a la vida y sobre todo a la obra de Rilke. Y hay además una línea de fuerza que une la vida y la obra de Hölderlin con la de Rilke: la concepción de la vida al servicio de la poesía, el ímpetu sagrado de su creación, hasta los años finales en los que habitaron una torre –en Tubinga o en Muzot- que podría tomarse como una metáfora de su existencia dedicada a la elevación de su obra.  

“¿Cuál fue la caída de Hölderlin, la que le precipitó en las tinieblas?”, se pregunta Antonio Pau en la nota preliminar del libro. Fue una caída hacia arriba, como decían los contemporáneos que no le comprendieron, porque como él mismo había escrito, “se puede caer también en la altura, igual que se puede caer en el abismo.” 

Hölderlin cayó tras llegar a la proximidad de los dioses de la mitología griega, porque en sus poemas siempre aspiró a la altura de lo sagrado, a remontarse desde lo terrenal a lo celeste. Y a explicar ese proceso de ascenso y caída dedica Antonio Pau su libro a través de la poesía, las cartas o los ensayos de teoría poética de quien -como luego Rilke- dedicó su vida a la poesía.

Por esa estrecha vinculación que Hölderlin estableció entre vida y obra se tienden constantemente puentes entre la biografía exterior del hombre y los versos del poeta en un recorrido que permite recorrer sus tres etapas de plenitud: desde la primera, con su adhesión a los ideales revolucionarios que llegaban desde Francia a Tubinga en 1789, hasta la tercera, en la que culmina su obra en el punto más alto cuando en los últimos seis meses de 1800 que escribió torrencial e inspiradamente sus grandes odas, las elegías y los Himnos en un trayecto vital que lo devolvió a Tubinga después de pasar por Heidelberg, Jena, Nürtingen o Fráncfort, donde desarrolló su segunda etapa de plenitud en torno a Diótima, trasunto poético de Susette Gontard, la joven de 26 años que era la madre del pupilo para cuya formación fue contratado como preceptor.

Ese es el eje y la clave de Hiperion, al que Pau dedica un estudio esencial, tan imprescindible como las páginas que dedica a analizar La muerte de Empédocles o El Archipiélago.

En el irracionalismo radical y transgresor de sus Cantos, que él mismo definió como poemas mayores, aislados y líricos, está reelaborado en su forma definitiva el mundo poético de Hölderlin: las islas y los dioses griegos, los ríos alemanes, los héroes trágicos y épicos. En el espíritu de esos poemas que abarcan la oda y la elegía, en el huésped de las sombras de los Cantos nocturnos o en el júbilo alto y puro de los Cantos patrios, brilla la polifonía poética de una obra por la que cruza la subjetividad exacerbada de Hölderlin, el amor y la mitología, el pensamiento y la visión. 

Tras la separación de Susette y su muerte se sucedieron los desequilibrios, los ataques de ira y los cantos nocturnos hasta la entrada de Hölderlin en la niebla de la locura y el encierro de siete meses en el manicomio de Tubinga antes de que lo acogiera el ebanista Zimmer en una torre donde vivió treinta y seis años.

Trece mil días que fueron iguales entre sí, como si fueran uno solo: desde que se levantaba a las 3 de la mañana hasta que se acostaba a las siete de la tarde, una sucesión rutinaria de paseos, toques de espineta y recitaciones extremadas de su propia poesía.

Fue perdiendo la noción del tiempo -pensaba que tenía 17 años cuando rondaba los 60- y disolviendo su propia identidad –“Yo, señor mío, ya no me llamo Hölderlin. Me llamo Scardanelli”-, abismado en un vacío interior que no le dejaba  atender a lo que se le decía. Y pese a esos desarreglos y a su comportamiento infantil, escribió en esa época algunos poemas de “una sorprendente perfección formal”, como señala Antonio Pau. 

Un ejemplo, La vista, el último poema que escribió: 

Cuando a lo lejos se pierde la vida de los hombres, 
en una lejanía donde brilla el tiempo de las vides, 
allí donde el verano ha dejado seca la campiña, 
y asoma el bosque con su oscura imagen. 

Que complete el paisaje la imagen de los tiempos, 
que se demore hasta verse alcanzada 
por la plenitud, y que en su cumbre el cielo 
ilumine a los hombres, como las flores coronan las copas de los árboles.

Entre el rechazo de los demás y la renuncia propia, entre la lucidez y la locura, entre la incomprensión -a veces fronteriza de la envidia- que sufrió su genio y la voluntad de acercarse a lo sagrado, entre el sentimiento y el pensamiento, entre la meditación y sensibilidad, entre la filosofía y la poesía, Hölderlin había escrito ya versos inmortales como Lo que permanece lo fundan los poetas o ¿Para qué poetas en tiempos tan mezquinos?

Generosamente ilustrado con dos cuadernillos centrales que reproducen manuscritos de su obra, retratos del poeta y de sus próximos y de los espacios en los que transcurrió su vida, Hölderlin. Entre el rayo y la canción, es, además de un acercamiento riguroso al ascenso y la caída del poeta en sus años oscuros a través de su evolución personal y literaria, una indagación en la profunda raíz de la creación poética y un estudio decisivo sobre uno de los autores que han marcado el camino de la poesía de los dos últimos siglos.

Más de doscientos después, esa música extraña y oscura sigue sonando en la noche del mundo.

Santos Domínguez