21/11/14

Luis Alberto de Cuenca. Elsinore


Luis Alberto de Cuenca.
Elsinore
(1972)
 Libros del Aire. Colección Jardín Cerrado.
Madrid, 2014.


EL CREPÚSCULO SORPRENDE A
ROBERTO ALCÁZAR
EN CHARLOTTE AMALIE

Hermanos de las sombras

El Cairo, Puerto Príncipe, como efigies o dársenas
propiciadas al mar, Buenos Aires, Juneau, no siento ya las venas,
lisez, persecuteurs, le reste de mes chants.
Roberto, una flamígera sombra en los cafetines.
Vestigios de heroína en las naves de Charlie.
Murió feliz el ciervo acribillado por las ninfas,
reflejando en sus ojos para siempre el desnudo imposible de Diana.

Presbíteros de Esmirna, titilantes astrólogos del Etna,
como si Jack os viera, desistís en un tango de colores ajados.
Svimtus al acecho en la selva del Soho,
dos tigres malheridos, el pick up en la alfombra,
y Kaiba, la sonrisa, esa piel adornada con tafetanes de oro.

Llevan short las muchachas en el Alto Amazonas.
Las cráteras vacías, el singular acento del deseo.
Es una blusa roja mi alma devorada por panteras en Java.
Cara al sol esos jóvenes, rubios como el desierto,
hot jazz en la distancia, embalsamadas voces en la noche:
E! Durendal, cum es bele, e clere, e blanche!

Pálidos maniquíes de Burne-Jones, luz, sombreros de copa.
Bésame: las gardenias blanquean tus sangrantes ojos dobles.
Qué terribles presagios, llamad al hierofante.

Descubrí tu secreto, Dick Flowers, tu máscara de goma, tus coturnos:
fue en Doomsday, color fucsia Roadtown, y en los parterres
Jesús bordaba el agua con palabras dulcísimas.

Tras el rosado vidrio de las copas heladas,
los labios de Roberto parecían anémonas resueltas a no morir jamás.

Ese es uno de los textos más significativos del que seguramente es el más representativo de los libros del culturalismo novísimo de los años setenta.

Forma parte de Elsinore, el libro que Luis Alberto de Cuenca publicó en 1972 y que acaba de recuperar Libros del Aire en una edición revisada, “aliviado de ciertas cargas retóricas que amenazaban con sofocarlo.”

Un culturalismo que remite a Pound y que integra fuentes plurales y motivos diversos (antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos) en unas páginas en las que conviven Ovidio con Mae West, el versículo con el soneto, el be-bop con los trovadores provenzales o el cómic con la materia de Bretaña. 

Muy antigua y muy moderna, como la de Rubén Darío, en espacios cerrados o en paisajes lejanos, en lugares secretos o en laberintos imaginarios, la voz poética de Elsinore proyecta en la fusión de sus mitos heterogéneos –artúricos, clásicos o contemporáneos, literarios, pictóricos, musicales o cinematográficos – su propia desolación.

Y de esa manera, las constantes referencias culturales se convierten en alternativas consoladoras ante un mundo sin dioses, pero son también la cifra de un desconcierto que se proyecta en el castillo de Dinamarca donde Hamlet lamenta la muerte de Ofelia, uno de los ejes de este Elsinore que en su primera edición llevaba en la cubierta la imagen de la ahogada suicida vista por un decadente pintor prerrafaelita.

Y la muerte, que recorre estas páginas de una manera tácita o explícitamente, como en el espléndido “Roland ofrece a Aude y no a Durendal como homenaje el último de sus pensamientos”, uno de los mejores poemas del libro, que termina con estos versos:

palacios sumergidos de marfil en la frente, póstumas arpas, vegetal ocaso de símbolos y címbalos.

Perpetua noche, sola, total noche, fugitiva de ti.

Un libro sombrío y luminoso a la vez como Heráclito, un libro en el que el mundo es una catedral helada.

Santos Domínguez