3/10/14

Donald Hall. La cama pintada


Donald Hall.
La cama pintada.
Traducción y prólogo de 
Juan José Vélez Otero.
Valparaíso. Granada, 2014.

Después de que muriera, yo gritaba
desconcertando al deprimido perro.
Ahora ya no
le hablo a la pared cubierta
de fotos,
ni la llamo “tú”
en ningún poema. Ella se consume
en un museo de granito
llamado JANE KENYON 1947-1995.

Porque a veces el torrente del dolor no cabe en un solo libro o se convierte en fuente que mana y corre, en hemorragia incontenible, Donald Hall escribió La cama pintada después de publicar Without en 1998.

Entre la edición de ambos libros, condicionados por la muerte de su mujer, Jane Kenyon, pasaron cuatro años, pero el lector español tiene el privilegio de leerlos casi simultáneamente en las dos magníficas traducciones que ha publicado este año Juan José Vélez Otero.

Si hace poco reseñábamos aquí Without, ahora es el momento de hablar de La cama pintada, que publica Valparaíso presentada por un prólogo del traductor, cuya condición de poeta le sitúa en una posición privilegiada para asumir un reto nada fácil: el de traer al español una obra de esta intensidad emocional y de un voltaje verbal apenas disimulado en un estilo aparentemente conversacional que recorre el libro desde el poema-pórtico que explica su sentido y su título:

LA CAMA PINTADA

“Incluso cuando danzaba erguido
 por los jardines del Nilo
 construía Necrópolis.

Diez millones de células laboriosas
transportaban piedras por mi sangre
para levantar un blanco museo”.

Macabro, repugnante y terrible
es el alegato de huesos,
muslos y brazos mermados

en enjutas bolsas de carne
que cuelgan de un esqueleto
que sostuvo músculos, y grasa.

“Reposo en la cama pintada
consumiéndome, atento
al viaje que emprendo

para descansar sin dolor
en el palacio de las tinieblas,
mi cuerpo junto a tu cuerpo”.

Desde la potente imagen inicial del poeta a bordo de un coche suspendido sobre las aguas muertas del muelle, este libro es el diario de un superviviente, de un náufrago anclado en el vacío, el diario de quien sigue durmiendo en la misma cama del sexo y en la del último hálito, en un universo sin consuelo, porque cuando ella murió, también lo hizo él.

Organizado en cuatro partes, la primera –Matar el día- y la tercera –Lirios de un día- son dos espléndidos poemas largos, visionarios y rememorativos, mientras que la segunda parte –La labor de la muerte- y la cuarta –Ardor- contienen un conjunto de textos de carácter más discursivo y de tonalidad más narrativa que culmina un repertorio de amantes esporádicas incapaces de borrar el desamparo del poeta viudo (Ahora, cuando hago el amor / hay algo que sale mal.)

Y el libro se cierra con tres versos en los que el náufrago asume su destino cuando ese coche del principio parece ya próximo a caer en el agua:

Escondámonos bajo el fango de la orilla del estanque
y confirmemos que es justo
y apasionante perderlo todo.

Santos Domínguez