14/2/14

Tzara. El hombre aproximado


Tristan Tzara.
El hombre aproximado.
Edición bilingüe de 
Alfredo Rodríguez López-Vázquez.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2014.


Como “una obra capital de la poesía europea del siglo XX” define El hombre aproximado Alfredo Rodríguez en la edición bilingüe que ha traducido y prologado en Cátedra Letras Universales.

Con la publicación en 1931 de ese largo poema, Tristan Tzara culminaba un ambicioso proyecto poético iniciado en 1925 que aspiraba en sus diecinueve cantos a construir una reinterpretación contemporánea del hombre, la historia y la cultura.

Creador del dadaísmo, el más radical y efímero movimiento de vanguardia, Tzara se declaraba ya surrealista cuando publicó L’Homme approximatif, un libro que Jean Cassou saludó como “uno de los más completos testimonios de la poesía contemporánea.”

Y es que de las cenizas iconoclastas del incendio dadaísta nació el surrealismo, pese a los desencuentros de Tzara y un André Breton fascinado con los poemas dadá unos años antes de elaborar el primer Manifiesto surrealista.

Hace ahora cien años, en 1914, el adolescente rumano Samuel Rosenstock (1896-1963) terminaba el primer poema que firmaría con su nombre artístico definitivo de Tristan Tzara. Utilizaba aún la lengua rumana y estaba iniciando un camino que le llevaría pronto a convertirse en poeta francés.

Aún no había creado el dadaísmo, pero había dado ya el paso previo que le permitía superar el simbolismo, indagar en las imágenes visionarias de Rimbaud, asimilar su tonalidad poética y ensayar una poesía experimental en la línea de Apollinaire, de los collages de Laforgue, el profeta del versolibrismo francés, o practicar el simultaneísmo auspiciado por Huelsenbeck.

Con el agitado telón de fondo de la primera guerra mundial, convirtió el Cabaret Voltaire de Zurich -tan efímero como el dadaísmo, pues estuvo abierto solo seis meses- en la plataforma de lanzamiento de un ismo decisivo que fue una respuesta incendiaria y global a los sistemas sociales y culturales de la época. 

Fueron tiempos convulsos y desorientados de agitación y propaganda, de relaciones conflictivas entre un dadaísmo autodestructivo y el incipiente surrealismo que aprovechó lo mejor de sus antecesores en la construcción de un movimiento más consistente al que Tzara declaraba pertenecer, superadas las diferencias de épocas anteriores, en una declaración de adhesión total que envió a Le Journal des Poètes en diciembre de 1932, un año después de publicar El hombre aproximado, calificado por M. Raymond como la obra poética de más altura que ha producido el surrealismo.

Con un potente tono profético y una actitud radicalmente visionaria, estos poemas de ambición cosmológica hacen de Tzara un Lucrecio vanguardista en busca de las raíces ancestrales del hombre y de su conciencia cósmica.

Un Tzara que explora los límites del arte desde el abismo de la razón y las fronteras de la expresión:

las campanas doblan sin motivo y también nosotros 
los ojos de las frutas nos miran atentamente
y todos nuestros actos se controlan no hay nada escondido
el agua del arroyo tanto lavó su lecho
se lleva los hilillos de las miradas que arrastraron
al pie de las paredes en los bares lamieron vidas
incitaron a los tibios abrieron tentaciones avalaron éxtasis
cavaron a fondo antiguas variantes
y soltaron las fuentes de las lágrimas prisioneras
las fuentes sujetas a los diarios sofocos
las miradas que cogen con secas manos 
la claridad que trajo el día o la recelosa aparición
que dan la cuidadosa riqueza de la sonrisa
atornillada como una flor al ojal de la mañana
/…/
las campanas doblan sin motivo y también nosotros
nos vamos para huir del hormigueo de las carreteras
con un frasco de paisaje una enfermedad una sola
una sola enfermedad que cultivamos la muerte
sé que llevo conmigo la melodía en mí y eso no me da miedo

Santos Domínguez