15/6/13

La lluvia amarilla


Julio Llamazares.
La lluvia amarilla. 
Edición conmemorativa.
Seix Barral. Barcelona, 2013.

Cuando se cumple un cuarto de siglo de la aparición de un clásico contemporáneo como La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, Seix Barral publica una edición conmemorativa enriquecida con un prólogo del autor y con un DVD que contiene el documental Anielle, de Eduardo de la Cruz, sobre el pueblo del Pirineo aragonés donde se ambienta esta novela, la más leída y traducida de todas las suyas, como señala Llamazares en el prólogo.

Fue una novela, la segunda de su autor, que se había dado a conocer con Luna de lobos, que superó todas las expectativas y que acabó por convertirse en símbolo de los paraísos perdidos evocados por la memoria. Tuvo un enorme éxito de crítica y público, a lo que contribuyó no solo su evidente valor literario, sino la lectura sociológica, una de las posibles que admite un texto tan rico en matices,  que se hizo de sus páginas. 

En el duro paisaje de ese lugar despoblado por el éxodo rural, el monólogo interior de Andrés, su último habitante moribundo en su última noche, tiene una potencia literaria y una tensión estilística que lo coloca en muchos momentos cerca del lenguaje poético: Pronto llegó noviembre con su pálido aliento de lunas y hojas muertas.

El documental Anielle que recoge el DVD incluido en esta edición se rodó a partir de la novela en los paisajes en los que transcurre y aporta también fotografías de un Anielle aún habitado, lo que permite conocer los escenarios reales en los que aún suena el melancólico y febril monólogo de Andrés en soledad.

Porque la soledad y la ruina del paisaje son también las del personaje, de la misma manera que su abandono es también el del barranco en sombra sobre el que cuelga Anielle con su silencio torturado por el viento.

Y así el paisaje habla por boca de su último habitante, terminal en la noche de su agonía y fundido ya definitivamente con los restos arruinados de las piedras caídas y las maderas podridas de las casas vacías.

Los bosques de ortigas y los zarzales que invaden las calles, los tejados desmoronados, la herrumbre que tiñe el ambiente, los muros caídos, el musgo y los pájaros negros son punzantes metáforas del abandono y el olvido, como esa niebla que desdibuja el paisaje y la memoria.

La lluvia amarilla de las hojas secas, los pájaros muertos, el viento bíblico, la nieve y la escarcha compartidas por el paisaje y el corazón, la memoria con fiebre que convoca a los espectros de los muertos... 

Todo eso ocurre bajo la presencia constante y fantasmagórica de una luna mortal en una noche que queda para quien es en la última, misteriosa e inolvidable frase de la novela.

Santos Domínguez