13/2/13

Borges. Cuentos completos


Jorge Luis Borges.
Cuentos completos.
Debolsillo. Barcelona, 2013.

Decía Poe que el poema largo es imposible, porque no hay en él más que una suma de poemas cortos. Lo recordaba Borges en una memorable conversación con Juan José Arreola para mostrar su preferencia por el cuento y reivindicar su intensidad esencial frente a la novela.

Por eso nunca escribió novelas –desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros, escribía en uno de sus prólogos- y su ardua obra narrativa la componen seis colecciones de relatos -Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El informe de Brodie, El libro de arena y La memoria de Shakespeare- que Debolsillo publica en una cuidada y manejable edición.

Igual que su poesía, la obra narrativa de Jorge Luis Borges describe una trayectoria parabólica ascendente o sugiere el trazado de una alta cordillera. Su último cuento, La memoria de Shakespeare, es una de sus cimas, pero hay otras alturas titánicas como El jardín de senderos que se bifurcan, Las ruinas circulares, La Biblioteca de Babel o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, donde la irrupción de lo mágico en lo real se convierte en la clave de lo fantástico.

En muchos de esos cuentos, híbridos de ficción y ensayo, el eje es la búsqueda del centro, el laberinto es la metáfora polivalente del mundo o del infinito, y la memoria, el tiempo y el espacio, el sueño y la razón, la vida y la escritura, el caos y la pesadilla, el espejismo y la realidad no son sino variantes de un enigma indescifrable.

Un enigma al que se suman lo trivial y lo trágico, la mística y la erudición, la invención fantástica y la trama policial, la venganza y el insomnio o los libros imaginarios convocados por Borges en una prosa que reúne la exactitud y la elocuencia, la sugerencia y el rigor.

Como Quevedo, como Shakespeare, como Proust, Borges es una literatura dentro de otra literatura, un universo habitado por sombras y presencias decisivas. O, para decirlo con sus propias imágenes, un aleph, un centro en el que confluyen el pasado y el futuro, los vivos y los muertos, la realidad y la ficción, los espejos y el sueño, la vida y la literatura, los laberintos y las bibliotecas, el puñal y la filosofía, el tiempo y la escritura como un jardín de senderos que se bifurcan.

El mundo, en suma, en una de las representaciones más estilizadas y perennes de la literatura del siglo XX, en un volumen que es una variante del aleph, porque contiene en su inventario de asombros y perplejidades el universo.

Santos Domínguez