10/6/11

Carles Riba. Elegías de Bierville



Carles Riba.
Elegías de Bierville.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de
Marta López Vilar.
Libros del Aire. Jardín Cerrado. Madrid, 2011.

A finales de enero de 1939, Carles Riba (Barcelona, 1893-1959), poeta, catedrático de griego, católico y republicano, atravesaba la frontera de Francia camino del exilio en un penoso viaje compartido con Antonio Machado.

Aquel viaje y aquella frontera que lo reducía a la condición de desterrado marcaban una línea roja, delimitaban un antes y un después en la vida y la poesía de Carles Riba, que rememoraba aquel trauma diez años después, en el prólogo a la segunda edición de sus Elegías de Bierville, uno de los libros más bellos y más intensos de la poesía europea del siglo XX. Fue una experiencia que me sumergió de lleno dentro del sentimiento del exilio. Entré en él como en la muerte.

Y así, en aquel antiguo molino de Bierville, se inicia una aventura espiritual y literaria que le permitirá remontarse desde la nada hacia sí mismo en un viaje de regreso en el que le asisten Ulises y Orfeo, en un viaje interior del juego al fuego, de la superficialidad de la vanguardia a la transcendencia y a la honda comprensión del mundo y de sí mismo. Un viaje, por cierto, similar al que realiza la cultura europea tras las experiencias postraumáticas de las dos guerras mundiales.

Fue en Bierville donde Carles Riba escribió las cinco primeras elegías y donde tuvo la primera revelación de lo que habrían de ser las doce que componen el libro. Maravilla y sorpresa fue para mí el primer verso nacido súbitamente completo y armado de una exigencia de renovación, explicaba admirado el poeta.

Como Rilke recibió a la orilla del mar el regalo del primer verso de las Elegías de Duino, Riba recibió el primer verso de la primera elegía:

Era secret el camí, fabulós de tristeses divines...

Una revelación cuyo ritmo adaptaba al sistema de la métrica silábica y acentual de las lenguas románicas el ritmo cuantitativo de los dísticos griegos de la elegía antigua. Y además de Rilke, resuenan en estos textos, en la coherencia interna de cada uno de ellos y en su sentido global las voces de Hölderlin, Valéry y Eliot, de los clásicos griegos a los que había traducido, de los metafísicos ingleses del XVII y los místicos españoles del XVI.

Pero eso es lo de menos. Lo importante es que entre la revelación de ese primer verso y el silencio que sucedió al último de la última elegía, los doce poemas o el poema único que se desarrolla en doce tiempos, el poeta realiza un viaje de regreso hacia sí mismo, el viaje purificador del hijo del destierro, una iluminación de la realidad y una búsqueda de sentido mediante la palabra.

Un viaje interior que arranca del vacío, de la conciencia de la desposesión y la insuficiencia de la palabra, para transformarse en un recorrido iniciático y órfico que le revela el sentido de la vida y de la muerte.

Cuando Carles Riba comenzó a escribir estas Elegías de Bierville – explica Marta López Vilar en su espléndido prólogo, La palabra en transparencia- supo que regresaba. ¿Dónde? Esa respuesta sólo incumbe a la poesía: ese lugar transparente que está y no se explica, igual que nosotros no podemos explicarnos ante un espejo. Todo poema es una forma de regreso a uno mismo, y eso quedó marcado en la voz poética de Carles Riba.

La voz de un creador que se siente como un desterrado de la patria y del paraíso y evoca la libertad que defendieron los soldados de Salamina, el sueño de una isla verde, el recuerdo de una Grecia lejana que se confunde con la Cataluña perdida o la contemplación de la luz plena de junio.

Son algunas de las estaciones de paso para ese viaje de vuelta al pasado, a la patria perdida, pero sobre todo a su propia identidad. Y así esa experiencia del desposeído va más allá de su propio y limitativo carácter doloroso, bucea en lo más hondo del lamento por la pérdida para emprender el retorno hacia sí mismo y darle un nuevo sentido al presente y a la realidad.

De manera que el libro nace de la pérdida, pero contiene una iluminación en la sombra, es una elegía pero también una oda en la que el exilio es el punto de partida del regreso y lo funeral acaba transformándose en ímpetu creador y en impulso hímnico de salvación con la memoria.

En 1942, un año antes de regresar del exilio, publicaba Carles Riba estas Elegías con un falso pie de imprenta en Buenos Aires. Aunque de manera parcial, veía clandestinamente la luz uno de los libros esenciales de la poesía catalana. Un libro que tuvo su edición definitiva en 1949 en Santiago de Chile, con un pie de imprenta auténtico, con un prefacio a la segunda edición en donde Riba explica el proceso de creación y el sentido último del libro, y con unas notas finales que esclarecen las imágenes y las alusiones sobre las que se vertebra cada poema.

Descatalogada y prácticamente inencontrable la edición bilingüe que publicaron en 1985 Marca Hispánica y la Diputació de Barcelona con la traducción de Alfonso Costafreda del año 56 y con prólogo de José Agustín Goytisolo, esta nueva edición bilingüe que publica Libros del Aire con prólogo y traducción de Marta López Vilar recupera en español la voz de uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, que nos dejó versos tan memorables como estos, de la Elegía II:

Súnion! T'evocaré de lluny amb un crit d'alegria,
tu i el teu sol lleial, rei de la mar i del vent:
pel teu record, que em dreça, feliç de sal exaltada,
amb el teu marbre absolut, noble i antic jo com ell.
Temple mutilat, desdenyós de les altres columnes
que en el fons del teu salt, sota l'onada rient,
dormen l'eternitat! Tu vetlles, blanc a l'altura,
pel mariner, que per tu veu ben girat el seu rumb;
per l'embriac del teu nom, que a través de la nua garriga
ve a cercar-te, extrem com la certesa dels déus;
per l'exiliat que entre arbredes fosques t'albira
súbitament, oh precís, oh fantasmal! i coneix
per ta força la força que el salva als cops de fortuna,
ric del que ha donat, i en sa ruïna tan pur.



¡Súnion! Te evocaré de lejos con un grito de alegría,
a ti y a tu sol leal, rey del mar y el viento:
por tu recuerdo que me eleva, feliz de sal exaltada,
con tu mármol absoluto, antiguo y noble yo como él.
¡Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas
que en el fondo de tu salto, bajo la ola sonriente
duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura,
por el marinero que por ti dirige su rumbo;
por el ebrio de tu nombre, que a través del desnudo carrascal
viene a buscarte, extremo como la certeza de los dioses;
por el exiliado que entre oscuras arboledas
súbitamente te divisa, ¡oh preciso, oh fantasmal! y conoce
por tu fuerza la fuerza que lo salva a golpes de fortuna,
rico de lo que ha dado y en su ruina tan puro.

Santos Domínguez