26/11/10

Félix Francisco Casanova




Félix Francisco Casanova.
Antología poética.
Cuarenta contra el agua.

Selección de Francisco Javier Irazoki.

Yo hubiera o hubiese amado.
Diario íntimo (1974).

Prólogo de Luna Miguel.
Demipage. Madrid, 2010.


Debes saber que a veces

soy como un entierro interminable,
siempre triste y azul
subiendo y bajando
por la misma calle.
Pero otras veces soy un río de risa
corriéndome por toda la ribera,
haciendo el amor a la mar,
una felicidad contagiosa,
un revólver de amor, nena,
y voy a disparar justo a tu corazón
¡bang, bang!
¿te di?
Quiero arrollarte, enrollarte y arrullarte,
montaña de aguardiente
y tarde rojiza.

Así termina Eres un buen momento para morirme, el último poema que escribió el canario Félix Francisco Casanova (1956-1976). Se lo dedicó a su novia, María José, y lo fechó el 14 de diciembre de 1975, justo un mes antes de su muerte en enero del año siguiente. Tenía poco más de 19 años y ya había empezado a convertirse en una leyenda al borde de un abismo; una leyenda que, alimentada por las circunstancias de su muerte prematura, no ha dejado de crecer desde entonces.

Precoz para la muerte y para la literatura, dejó escrita y publicada El don de Vorace, una asombrosa novela paródica que escribió en mes y medio. La ha reeditado Demipage, que acaba de publicar simultáneamente Yo hubiera o hubiese amado, diario íntimo de 1974, y la Antología poética. Cuarenta contra el agua, preparada por Francisco Javier Irazoki, que resume lo más significativo de La memoria olvidada, el volumen que en 1990 reunió la poesía completa de Félix Francisco Casanova.

Todo un acierto esa simultaneidad, porque los dos libros son complementarios. En el diario, un cercano autorretrato del artista adolescente, el poeta refleja sus lecturas y sus gustos, pone en orden su lucidez potente y en limpio los poemas que va escribiendo -casi todos de Una maleta llena de hojas, premiado con el "Matías Real" poco antes de su muerte-, y explica las raíces estéticas y vitales de las que surge su poesía, que se nutre tanto de la literatura como de la música. De hecho, como recuerda en el prólogo del diario su padre, el también poeta Félix Casanova -con el que escribió a dos manos Cuello de botella-, lo primero que compuso aquel precoz adolescente fueron letras de canciones en inglés.

Y es que muchos de sus textos, ajenos a la solemnidad, tienen el tono melancólico y ensimismado de un blues o manifiestan la temperatura brutal y autodestructiva de una letra de rock. Esas claves están ya presentes en El invernadero, su primer libro de poesía, que ganó el Premio Julio Tovar y fue publicado en mayo de 1974.

Lautreamont y Rimbaud, Coltrane y Mingus forman parte esencial del paisaje vital, sentimental y estético de Félix Francisco Casanov, en cuya poesía la libertad expresiva y la ambición imaginativa son el cauce para manifestar la rebeldía y la desavenencia radical con la realidad, como en uno de sus últimos poemas, Bocadillo de pájaros:

Extraño es el arte
de sufrir: se cultiva
en selvas y ciudades,
el semen negro y espeso
de una cicatriz de nieve.
Desde las plantaciones
al cuarto de alquiler
el mismo humo del sueño
nos excita como un pezón,
el vicio subterráneo
de los solitarios
extendiéndose
como un sangriento polen
en cada beso de raíz a raíz.
Los barcos cargan toneladas de cigarrillos
y las arañas se encienden en los hoteles.
Nadie se está quieto.
Es un asunto muy contagioso
este de la muerte.


Santos Domínguez