27/2/08

El perfume del cardamomo



Andrés Ibáñez.
El perfume del cardamomo.
Cuentos chinos.

Impedimenta. Madrid, 2008.

Amar al zorro ha titulado Félix Romeo el prólogo que ha escrito para El perfume del cardamomo, de Andrés Ibáñez, que acaba de publicar con su elegancia habitual Impedimenta.

Es una alusión a uno de los relatos –El regreso- que forman parte de este volumen de cuentos chinos. El subtítulo, que probablemente encierra una deliberada ambigüedad, alude a la estirpe oriental de estas narraciones, pero también a su carácter de pura ficción alternativa a la realidad, en el mismo sentido coloquial que recordaba García Márquez cuando decía que no todo cuento es un cuento chino.

En el epílogo, Andrés Ibáñez se declara lector constante de poesía china en aquellas excelentes traducciones que hizo Marcela de Juan:

Siempre he sido un ávido y apasionado lector de poesía china, una de las grandes tradiciones poéticas de la literatura del mundo, pero un lector hedonista, diletante y repetitivo. Conozco muchísimo mejor, por poner un ejemplo, la literatura rusa que la china, pero no creo que hubiera podido escribir ni un solo cuento ruso. Conozco mucho mejor la cultura india que la china, pero no creo que hubiera podido escribir ni un solo cuento indio. ¿Cómo es posible, entonces, que haya podido escribir la presente colección de cuentos chinos? Tengo que aclarar que en ningún momento he intentado hacer un «pastiche». Los que hacen pastiches se sienten, por lo general, más inteligentes que sus modelos. Mucho menos una parodia más o menos humorística. Más bien se trata de un homenaje, un homenaje a una cultura, a un sistema poético y a un cierto tono de decir las cosas que, una vez escuchado, jamás puede olvidarse. Este tono es la música de la poesía y de la prosa chinas, esa mezcla incomparable de lirismo, melancolía y un súbito sentido práctico de las cosas.

De ese homenaje y esa fascinación surgen los rasgos fundamentales de estos cuentos chinos: la levedad de su tono, la musicalidad delgada de su prosa, la matización del adjetivo y la delicadeza de su mirada y todo eso se expresa a través de lo que el propio autor llama su voz china, con una sutil caligrafía que es un dibujo del mundo en el que se confunden el ensueño y la realidad y el misterio de la imagen y las correspondencias que identifican lo exterior y lo interior.

Cuenta más la mirada que la voz en estos textos que están entre lo narrativo y lo poético y se sitúan en el presente de la inmovilidad lírica tanto como en el pasado del relato.

Por eso, junto con cuentos espléndidos como El puente colgante de Bosha, Las hermanas Wang o El regreso, de argumento trabado y bien elaborada intriga en la que los personajes femeninos (tan importantes en la mitología taoísta) conviven con animales y fantasmas, con las estaciones y los piratas, los paisajes y los dragones, en muchos otros textos la tensión estilística y el despliegue de imágenes están más cerca del poema en prosa que de la narración canónica.

Los maestros de poesía chinos recomendaban que el texto permaneciera en la mente del lector como persiste el aroma del té en su olfato. Algo así ocurre aquí. Después de leer estos cuentos queda en el lector una impresión tan persistente como el perfume del cardamomo.

Santos Domínguez