10/2/08

Antes del eclipse


Rafael-José Díaz.
Antes del eclipse (2003-2005).
Pre-Textos Poesía. Valencia, 2007.


El poeta (al menos el poeta que yo desearía ser) escribe siempre en los bordes del sueño: en la incertidumbre del adormecimiento o en la lenta resurrección del despertar; en la encrucijada de los caminos; en la oscuridad de la noche irrigada de estrellas; junto a las tumbas de los muertos, frente a esa última morada que es a veces la luz crujiente del mediodía; en habitaciones vacías asediadas de pronto por remotos recuerdos; bajo acantilados extasiados ante los pliegues de un mar inaccesible; en medio del bramido de un viento que desgasta y desnuda las palabras. El poeta (al menos el poeta que yo desearía ser) habita desde el principio los límites difusos de un umbral en el que las palabras se adelgazan para cruzar silenciosas entre la vida y la muerte.

En esas líneas esclarecedoras resume su poética Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971), un poeta del que ya tuvimos ocasión de admirar en estas páginas su traducción de la poesía de Hermann Broch y que acaba de publicar en Pre-Textos Antes del eclipse, un libro de poemas escrito entre 2003 y 2005.

El sueño y la creatividad poética, semejantes en misterio, imágenes y fragmentaciones, se unen en este libro abierto, visionario y controlado a la vez, que entre la racionalidad y la irracionalidad es una apuesta arriesgada por el lenguaje y tiene como una de sus claves la variedad formal - del fragmento breve al poema en prosa en el que la palabra fluye más libre, del texto lírico al narrativo- y la diversidad de temas y tonos, desde la angustia introspectiva a la apertura hacia el paisaje.

El equilibrio de todos esos factores, de esas fuerzas dispares convocadas en Antes del eclipse, se concreta en la cuidada arquitectura que organiza las siete secciones del libro.

La insularidad de esta poesía modela la forma de mirar hacia fuera, hacia el espacio que limita la isla y define su contorno. Poesía corporal en la que la naturaleza es objeto del diálogo del cuerpo propio con otros cuerpos, con los recuerdos o los sueños, y la experiencia amorosa se concibe como forma de conocimiento de uno mismo, del otro y de lo otro, de los límites de las playas y la altura del volcán.

Detrás de estas palabras hubo un cuerpo
que se eclipsó un instante y espera, algún día, regresar.

Y en todo el libro, frágiles y persistentes, el viento, el agua y la piel, la luz y el silencio, la inmóvil tranquilidad de la mirada que asume el misterio que proyectan las cosas o surge del interior del poeta:

El primer volador fue la señal:
se acababa este instante inesperado.
Dejaron de pasar las nubes
y la luna extremaba su luz contra el eclipse.
Vi que un gato, asustado,
corría a protegerse bajo un coche.
Yo entré en casa, cené. Luego vino el poema.

Ese espacio misterioso en el que la mirada interrogativa del poeta se encuentra con el mundo y lo interpreta es el lugar del sueño, el espacio natural del poema como iluminación de la realidad o de la memoria, el territorio de la incertidumbre:

Pero tal vez no he visto nada- escribe el poeta en uno de los textos- y es sólo la palabra que sueña.



Santos Domínguez