22/11/07

Voces de humo


Pablo Andrés Escapa.
Voces de humo.
Páginas de Espuma. Madrid, 2007.


Escribir cuentos, como escribir poemas, es un trabajo delicado que no debe proceder nunca con prisas ni incurrir en traiciones a ese mundo que previamente se ha forjado el escritor.

Esa reflexión de Pablo Andrés Escapa (León, 1964), que forma parte de la Poética recogida en el colectivo El arquero inmóvil, resume las claves de su literatura, que se habían concretado hasta ahora en un primer libro de relatos de altísima calidad, Las elipsis del cronista (Páginas de Espuma, 2003).

Tanto en aquel libro como en estas Voces de humo, que acaba de publicar Páginas de Espuma, la palabra de Escapa tiene la consistencia y el peso específico de la palabra poética. Y esa virtud, que suele ocasionar un indeseable efecto antinarrativo, es aquí un elemento fundamental que hace del cómo (el tono, el enfoque, la voz narrativa) la materia esencial del cuento.

De esa manera en Escapa la escritura depurada es la consecuencia de otra depuración, la de los acontecimientos, a través de una progresión de borradores que acaban fundiendo ficción y realidad, espacio real e imaginario territorio mítico en una acabada forma literaria. Una escritura que arranca de la emoción y busca emocionar al lector con unos relatos de intensidad, tono y tiempo comunes con el poema.

El lector entra así en unos textos que le provocan una intensa fascinación verbal, a través de una palabra puesta al servicio de la sugerencia y la concentración expresiva, esa tensión del arco en la que Escapa ha metaforizado la virtud máxima del cuento.

En estas Voces de humo el autor convoca en sus catorce relatos a unas voces huidizas como el humo del ferrocarril que recorre la vía entre Ponferrada y Villablino por un territorio mítico, la Badabia/Babia, en el Noroeste de León, más allá del Bierzo. De ese espacio, que es tanto un territorio como una divagación melancólica sobre el paraíso perdido y la edad de oro, escribía Escapa en Las elipsis del cronista:

Badavia: Territorio fugitivo de los mapas que el sabio Alfonso mandó poblar en mil doscientos setenta y al que concedió un fuero. La manifestación visible de la Badabia coincide con una comarca montañosa al noroeste del antiguo reino de León. Abunda esa geografía evidente en montañas, hierba, ríos y rebaños. El viajero de paso por este terreno suele retener el color verde en la mirada y alguna parsimonia de esquilas en los oídos. De forma adicional sufre de melancolía a medida que se aleja del paisaje. La porción invisible de Badabia es inexplicable y motivo de beatitud secreta. Corrientes ocultas distraídas de las fuentes, o de las hojas de los árboles que el viento hace sonar, van ganando la imaginación del pasajero de la Badabia y precipitándolo a evasiones sosegadas y a ensueños de tranquilidad. Los límites de esta divagación, que unas veces se pierde como un humo azul monte arriba, otras se disipa en un horizonte de nubes, y alguna vez se ahonda y gira en un remanso del río, son desconocidos, pero se sabe que obran infatigablemente, al menos desde los tiempos del caballo Babieca. Los habitantes de la Badabia tienen la mirada evadida y son propensos a entretener en círculo las noches invernales. En esos concilios aquietados por la nieve, prospera la hermandad del fuego y la fabulación.

Espacio y tren se convierten en nexos de unión de estos relatos, que son una demostración de virtuosismo narrativo en su variedad de voces, tonos y enfoques por un territorio de leyenda, una geografía que inventa el ensueño con el humo de los trenes. Y a la vez que el paisaje, los personajes se elevan evocados por la palabra precisa y la intensa prosa de un escritor excepcional.

Coleridge definía la poesía como el resultado de las mejores palabras en el mejor orden. A ese planteamiento parece responder la prosa de Pablo Andrés Escapa, su buen oído y el ritmo armonioso de una frase limpia y natural de tan trabajada, las metáforas que crean un mundo animado por la mirada emocionada del caminante y habitado por personajes que saben lo difícil que es contar el mar y comprender al pájaro, descifrar la espiga y asentar el oro.

Una prosa tan deslumbrante como esta revitaliza y enriquece la larga tradición de narradores del noroeste, como Valle, Cunqueiro, Pereira o Aparicio. Y nos transporta a un valle de saberes ancestrales, a las tradiciones milenarias y a los relatos orales de una tierra de carbón y castaños, robles y filandones. Y una emoción constante recorre, como el viajero, esas vías y esos relatos para llegar al lector de este libro excepcional y contagiarle esa emoción del paisaje y de las noches del lobo, de sombra de las nubes sobre la hierba del valle o las galerías subterráneas del carbón cuando la noche parece inventada sólo para oír historias a la luz de una hoguera.

Cuando se habla de libros de una prosa tan acabada, al lector experto podría asaltarle la duda de la inconsistencia de lo narrado o la endeblez de los personajes. Nada de eso. Escapa nos deja aquí personajes inolvidables y profundos como Ezequiel el recadero, el minero José Puga o Don Laureano el maestro. Y relatos tan memorables como De los mares en calma, Memoria de las virutas rubias, Cielo distante o Ida y vuelta.

Con una cuidada estructura que dota al libro de un equilibrio y una armonía paralelos a los de su prosa, de una belleza inusual, las cuatro secciones del volumen quedan subrayadas con cuatro versos de El mixto, un poema que Antonio Pereira incluyó en el Cancionero de Sagres.

Si su primer libro, Las elipsis del cronista, fue la revelación de una de las voces de más calidad de la narrativa española actual, Voces de humo es no sólo una confirmación de la importancia de Escapa, sino un escalón más en un camino de perfección que maravillará a cualquier lector que se ponga ante estos textos escritos con la verdad de la buena literatura:

Hoy, sobre los raíles de plata, ha ocurrido un milagro. Y yo voy tropezando voces, asentando palabras blancas como sendas de vapor nacidas para quedarse.

Santos Domínguez