2/7/07

La tala del bosque


Carlo Cassola
La tala del bosque.
Traducción de Elena Martínez.
Gadir. Madrid, 2007.



Luigi Comencini llevó a la pantalla en 1962 La novia de Bube, la novela más famosa de Carlo Cassola (1917-1987), uno de los mejores narradores italianos de la época neorrealista. Y con precisión documental, con un objetivismo casi cinematográfico que recuerda la estética del neorrealismo, Carlo Cassola construye en La tala del bosque que publica Gadir, una narración en blanco y negro sobre unos personajes silenciosos y sombríos: una cuadrilla de cinco leñadores emprende la tala de un bosque en una labor durísima que se prolongará durante cinco meses.

Personajes silenciosos que quedan caracterizados con una mirada educada en el cine y una llamativa economía de medios: a través de sus escasas palabras, sus actitudes sus gestos o su manera de afrontar el trabajo o la convivencia.

Distintos temperamentos, diversas edades desde donde cada uno de ellos afronta el trabajo o la vida y manifiestan su personalidad: desde la amargura ensimismada y solitaria de un Fiore que se refugia en el trabajo hasta la jovialidad animosa de Francesco, contador de historias que alivian a sus compañeros de fatigas. Desde la actitud rebelde y camastrona de Germano, el más joven, al equilibrio emocional de Amedeo y su vida ordenada.

El personaje principal, Guglielmo, que ha enviudado poco antes, se mueve en medio de una crisis que trata de olvidar con el trabajo. En ese personaje, motor de la acción e hilo conductor del argumento de la novela, se muestra la capacidad de Cassola para profundizar en el dolor, en la angustia y en el vacío a través de un estilo magistralmente contenido. La lucha interior de Guglielmo, su desesperación silenciosa en ningún momento sale de ese cauce de contención. Si acaso, se proyecta en el paisaje, tan indiferente, tan indiferente, tan oscuro como esas vidas en blanco y negro, que se pierden en la noche cuando el protagonista mira el cielo en la última frase de la novela:

Y miró hacia arriba. Pero estaba todo oscuro, no había una estrella.

Santos Domínguez