22/6/07

Fedra


Yannis Ritsos.
Fedra.
Traducción de Selma Ancira.
Acantilado. Barcelona, 2007.

Fedra es el primero de los soliloquios dramáticos de Yannis Ritsos que irá publicando Acantilado con traducciones de Selma Ancira.

El poeta griego Yannis Ritsos (1909-1990), una de las voces más graves y sugerentes de la poesía del siglo XX, se planteó gran parte de su obra como una visita a los mitos y las leyendas, como una actualización dramatizada de ese fondo turbio y común del que, a poco que se remueva el agua, siguen emergiendo los miedos más disimulados y las pulsiones más secretas.

Con esa base, que se encauzó en la tragedia clásica, Ritsos escribió una serie de monólogos en los que las palabras organizan una revisión de ese mundo menos lejano de lo que suponemos.

Escrito entre abril de 1974 y julio de 1975, Fedra es el intenso y turbador monólogo de una mujer que habla hoy desde el fondo oscuro de la mitología y la conciencia antes de que su cuerpo ahorcado cuelgue entre una estatua de Artemisa, la venerada por Hipólito, y otra de Afrodita a la que despreciaba y que tomó cumplida venganza de él.

Recordemos rápidamente el mito: Fedra se enamora de su hijastro Hipólito y el desprecio que responde a sus insinuaciones la lleva a ahorcarse después de acusar a Hipólito de haber intentado violarla.

Adoptando la voz de Fedra, Ritsos organiza un monólogo de creciente intensidad en el que la palabra rotunda y poética del poeta revitaliza el mito y la conciencia de Fedra de ser lo prohibido.
La intensidad púrpura de la sangre y el deseo, que inundan su monólogo y lo desbordan, se concentra en un monólogo nocturno y lunar que se adentra en la pesadilla anterior a la muerte:

Y la noche es más oscura adentro, más adentro.
La noche se extiende como un suicidio universal; entrega
los cuerpos desnudos a un inmenso obitorio de mármol. Los muertos
ya no se ocupan de taparse; —ese con el hinchado pene putrefacto;
ese otro con verrugas en la nariz; dos mujeres
con barrigas gordas y flaccidas, los senos caídos; un joven
con los testículos cortados; una serie de viejos calvos, arrugados,
las bocas desdentadas, abiertas en un gesto de avaricia; y arriba
una gran luna humeante como una patata hervida
recién pelada por las manos huesudas y nudosas
de la última de las ancianas. Ah, esta hambre indomable,
esta hambre monstruosa aun frente a nuestra propia muerte.

Santos Domínguez