3/5/07

Metamorfosis del jardín



Giovanni Quessep.
Metamorfosis del jardín. Poesía reunida (1968-2006).
Edición de Nicanor Vélez.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2007.


Casi desconocido en España, en donde no había sido editado ningún libro suyo hasta ahora, Giovanni Quessep (1939), ocupa con Álvaro Mutis, Darío Jaramillo o Juan Gustavo Cobo Borda, y probablemente por encima de ellos, un lugar fundamental en la poesía colombiana del siglo XX.

Lo recuerda Nicanor Vélez en el prólogo que ha preparado para esta edición de su poesía reunida (1968-2006) en Metamorfosis del jardín, un libro deslumbrante que incorpora un inédito escrito entre 2004 y 2006, Las hojas de la Sibila. Lo acaba de publicar Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores simultánemente en España y Colombia.

De origen árabe, Quessep, como uno de aquellos comerciantes sirios o turcos que aparecen en las novelas de García Márquez, es hijo de un libanés emigrado a Colombia. Y más allá del mero mestizaje personal que le hace conjugar la tradición española con la poesía árabe, su estancia de dos años en Italia marca profundamente los intereses poéticos de quien, con los otros autores de su edad, renovó la poesía colombiana del siglo XX.

“Soy un cruce de culturas” ha declarado Quessep alguna vez. Y así es su poesía. Una poesía de encrucijada entre culturas, influencias y tradiciones, su autor ha sido acusado a menudo en su país de practicar una poesía evasiva, de ignorar la realidad en una actitud que recuerda al modernismo y que lo situaría en su estela anacrónica.

Nada más superficial, más injusto ni más falso, porque Quessep va más allá de la superficie libresca, de la alusión culturalista, para construir con ellas un correlato figurativo, una metáfora alusiva a una realidad interior y profunda, marcada por el tema constante del tiempo.

Fusión de culturas, historia y leyenda en una espléndida revisión del Carpe diem, con un tiempo que colecciona mariposas en La alondra y los alacranes, uno de los mejores poemas de uno de sus mejores libros, Duración y leyenda (1972):

Que estás en un lugar de Suramérica
No estamos en Verona
No sentirás el canto de la alondra
Los inventos de Shakespeare
No son para Mauricio Babilonia
Cumple tu historia suramericana
Espérame desnuda
Entre los alacranes
Y olvídate y no olvides
Que el tiempo colecciona mariposas

Hay poetas
- ha dicho Darío Jaramillo- que, desde su primer verso, poseen un lenguaje propio por el cual filtran su realidad. Quessep es uno de estos: un lenguaje.

Y no sólo ese lenguaje propio, claro, sino una realidad filtrada a través de una serie de temas: la temporalidad y el olvido, simbolizados en unas nubes que son otra/de las formas del tiempo; la sensación de exilio, la vivencia del poeta como un extranjero que recuerda a Jabès en este fragmento del Canto del extranjero (1976):

Cómo entrar a tu reino si has cerrado
La puerta del jardín y te vigilas
En tu noche se pierde el extranjero
Blancura de isla

Pero hay alguien que viene por el bosque
De alados ciervos y extranjera luna
Isla de Claudia para tanta pena
Viene en tu busca

O el jardín y el pájaro que inauguran el que quizá sea su mejor libro, el excelente Un jardín y un desierto (1993), donde aparecen poemas como Hiedra:

Destino de la hiedra
que va aferrada al tiempo, al blanco muro:
penetrar en la piedra
y revelar los lirios de lo oscuro.

¿Qué silencios persigue?
¿De qué músicas huye?
¿No hay ala que hacia el cielo la desligue?
Vuela un pájaro en torno, el agua fluye.

Jardín y desierto que se convierten en metáforas de la escritura, como en este Jardín final:

Jardín final: al cielo
renuncia el girasol que se desdora.

Perdida en su desvelo
el agua del aljibe da la hora.

Todo ha sido cantado;
quizá un tapiz se teje en el pasado.

En Mito y poesía, un texto en prosa que figura como introducción de Carta imaginaria (1998), escribe Quessep estas palabras que podrían aplicarse a toda su poesía :

El poeta no teme a la nada. Sabe la lengua del coloquio de los pájaros, que aprendió Adán en el Paraíso terrenal. Y sabe, también, que la poesía es una danza, y que hay un arte de pájaros en su asombro y en su vuelo. Los ojos del poeta están tejidos de un cristal mágico; en su pasión tienen la esfericidad de los cielos y de su música extremada. A medida que se distancian de lo real, hallan la verdad de la poesía, o duración de las fábulas, que es el alma. El poeta, que no lo ignora, pone en juego su ser; pero, si quiere perseverar en éste, debe entregarse a la única ley que rige la creación poética: la palpitación del abismo. Y el abismo es el centro del universo: están en él las constelaciones, pero también la rosa, «espejo del tiempo», semejante a la luna en la metáfora del místico persa. Belleza o abismo, palabra y música: encantamiento total, orden del espíritu que descubre la ciencia del amor y abre las puertas de lo desconocido.

Santos Domínguez