17/4/07

El Vaticano y sus banqueros

John F. Pollard.
El Vaticano y sus banqueros.
Editorial Melusina. Barcelona, 2007.
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Aunque, según recoge San Juan en su Evangelio, Cristo afirmó ante Pilatos que su reino no era de este mundo, lo cierto es que el Cristianismo tuvo muy pronto su sede en Roma, cuyo obispo dispone desde hace siglos de unos poderes terrenales que lo convierten, aun hoy, en un monarca absoluto. Y los reinos, al menos los de este mundo, necesitan financiación.

Como, incluso para los más acérrimos creyentes, siempre ha existido una cierta inquietud por la contradicción entre la pobreza exigida por Cristo y las riquezas de la Iglesia católica, no es extraño que sobre las finanzas papales hayan circulado historias, no necesariamente veraces, acerca de los intereses vaticanos en empresas que venden anticonceptivos o armas o, incluso peor, automóviles. Historias que la escasa transparencia de las cuentas del Estado vaticano no ayuda a confirmar o rechazar.

Por eso se agradece este libro de John F. Pollard que publica la editorial Melusina, y que de una forma desapasionada, rigurosa y muy documentada, analiza las finanzas vaticanas desde los años centrales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.

Durante siglos las finanzas del papado eran bastante simples: el Papa era un señor feudal que obtenía la mayor parte de sus ingresos de los pagos que efectuaban los campesinos que vivían en los entonces extensos Estados Pontificios. Pero en los años que van de 1859 a 1870 el proceso de unificación italiana privó a la Iglesia de esos territorios y de las rentas que se obtenían. La Curia romana tras una etapa de pánico y desorientación creó nuevas estrategias como la recaudación universal de donativos (el óbolo de San Pedro), la inversión de parte de los dineros públicos en activos financieros e incluso la creación de instituciones financieras total o parcialmente al servicio de Roma (la llamada “banca vaticana”). La leyenda de un Papa “prisionero” y pobre alimentó historias de persecución que siempre han movido a los creyentes a aflojar la bolsa. Con la inversión de esas limosnas en diversos negocios comenzó la historia moderna de las finanzas papales.

En el libro se analizan los obstáculos que tuvo que salvar el Vaticano para poner al día sus cuentas, como la clara prohibición bíblica del préstamo con interés, que durante siglos había servido a los papas para injuriar a judíos y protestantes, y que ahora el obispo de Roma se ve obligado a practicar. No fue fácil este aggiornamento del pensamiento económico católico y el proceso se realizó por fases, desde la práctica secreta y vergonzante del préstamo con interés, hasta la “legalización” en el derecho canónico ya en el siglo XX, eso sí, con finezza vaticana, pues sólo se autorizará el cobro de réditos cuando “exista una razón justa y proporcionada”.

El libro termina su análisis en los años centrales del siglo XX, lo que nos priva de un estudio, aunque sí se cita en un par de ocasiones, del muy oscuro incidente del Banco Ambrosiano (con la muerte por ahorcamiento del banquero Roberto Calvi). Pero sí hay capítulos muy jugosos donde se aclaran, por ejemplo, las conexiones del Vaticano con Mussolini, quien acabó con el enfrentamiento entre el estado italiano y el Vaticano desde mediados del siglo XIX intercambiando concesiones políticas y económicas por el apoyo papal a su política. Por no hablar de las tenebrosas relaciones con los fascistas croatas durante la Segunda Guerra mundial o de la breve referencia en su último capítulo al posible impacto de la crisis de la iglesia católica norteamericana, a la que las demandas multimillonarias contra decenas de sus sacerdotes por prácticas pederastas puede llevar a una situación desesperada que prive a Roma de las aportaciones estadounidenses, las más importantes desde el siglo XX gracias a los muchos irlandeses e italianos que se instalaron en Boston, Nueva York o Chicago.

Una vez leído el libro de Pollard podemos lamentar que el Vaticano no haya evolucionado tanto en su aceptación de otros aspectos de la vida moderna como lo hizo con su adaptación al capitalismo, demostrando que incluso la palabra de Dios ("No podéis servir a Dios y al dinero", Lucas 16, 13) es negociable. A un buen interés.
Jesús Tapia