17/3/07

Fiesta en la oscuridad


Diego Jesús Jiménez.
Fiesta en la oscuridad.
Lectura de Pedro Luis Casanova.
Bartleby Editores. Madrid, 2007.


De toda la poesía española de posguerra, probablemente ninguna tan perturbadora y tan honda a la vez como la de Diego Jesús Jiménez. Telúrica y abismal, visionaria y meditativa, alcanza su cima en Bajorrelieve y sobre todo en Itinerario para náufragos, etapas sucesivas en un camino de perfección que, después de algunos tanteos marcados por la influencia evidente de Claudio Rodríguez, encuentra su voz propia en Fiesta en la oscuridad (1976).

Inencontrable desde hace tiempo, treinta años después de su primera edición lo reedita Bartleby en su colección Lecturas 21, en la que está rescatando libros descatalogados de autores como Ángel González, Antonio Gamoneda o Félix Grande. De este último se ha publicado Puedo escribir los versos más tristes esta noche, en edición exenta por primera vez, y se anuncia la inminente recuperación de Blues castellano, de Gamoneda, y de Descrédito del héroe, de Caballero Bonald.

Recuperaciones y actualizaciones, pues cada libro incorpora la lectura de poetas jóvenes. La lectura de Fiesta en la oscuridad la ha hecho Pedro Luis Casanova, que la interpreta como una contestación a la religiosidad de la iglesia franquista, en el contexto de la transición política en que apareció.

Fiesta en la oscuridad es, además de eso, la respuesta a una realidad caótica y opaca, en un territorio incierto y nocturno que sólo puede explorarse con una poética irracionalista y visionaria. Una poesía que intentará iluminar la realidad y revelarla a través de la sensorialidad y la sugerencia.

La postura del poeta es aquí la del asceta en la depuración de la oscuridad, en un proceso que recuerda la noche secreta sanjuanista, irracional, emocionada y oscura como esta. Lo explicó el autor hace tiempo con estas palabras:

Para mí, la poesía no es tanto el arte de decir cosas, sino el de sugerirlas. Porque para decir cosa existen otros géneros literarios como el ensayo, o incluso la novela, pero lo que hace que algo se transforme en poesía es precisamente el misterio. El hecho de plantear lo desconocido a través de un poema y con una carga emotiva personal, es estar haciendo poesía.

Pero la secreta escala ascendente de San Juan de la Cruz es aquí bajada a los infiernos, a la ruina y al subsuelo. Frágil y clandestina, es la voz del misterio la que habla en este libro a través de una imaginería visionaria y de la larga respiración de sus versículos:

¡Ah la pureza del mundo sin el hombre, su soledad
es nuestra compañía, nuestro amparo sin nadie, nuestra comparsa que
chupa en la sangre, besa o escupe a nuestro dolor, nos lame y pule y se arrodilla y piensa
la heredad de las cosas!

Poeta y profesor de Física y Química, Pedro Luis Casanova explica el carácter impenetrable de estos textos con un símil de su especialidad:

El lector puede conocer lo que dice, pero no apropiarse del poema. Abre con él parecida relación a aquella en que la ciencia, si se me permite el símil, se ha topado con un límite que no sabe explicar: la imposibilidad de conocer con exactitud en un electrón, en una partícula en movimiento, a la vez su velocidad y su posición: no es posible: o lo uno o lo otro: si sabemos con certeza de su posición, la velocidad escapa de los cálculos: si conocemos, por el contrario, el valor exacto de su velocidad, jamás podremos asegurar su posición sin desechar una incertidumbre o error. Son -reducidas, eso sí, a una interpretación nada rigurosa— las conclusiones de Heisemberg. Pues algo parecido sucede con el misterio de estos poemas.

En Fiesta en la oscuridad sigue visible la huella expresiva de Claudio Rodríguez, aunque aquí la claridad no viene ya del cielo y el mundo es otro, un mundo que se mira en los poemas de la primera parte desde el fondo del ojo de un animal que ha muerto, un mundo que se salva en la segunda parte por la mirada de la pintura, que revela la realidad y redime al poeta en su emoción:

A través del lenguaje poético - es otra vez Diego Jesús Jiménez quien habla- asistimos antes a una revelación que a un descubrimiento. Durante el acto de la creación poética sucede algo verdaderamente insólito: aquello que se nos ocurre, antes de comprenderlo –el poema, además, puede tener infinidad de lecturas e incluso negarse a su comprensión– nos emociona. No ponemos nosotros la emoción en el poema sino que, muy al contrario, es el verso que aparece de pronto, la imagen que transcribimos, algo en verdad incalculable, lo que nos emociona y empuja a continuar en la escritura del poema.

Santos Domínguez