18/9/06

Todas las familias felices


Carlos Fuentes.
Todas las familias felices.
Alfaguara. Madrid, 2006


En una narración coral que participa de distintos géneros, desde la narrativa a la tragedia pasando por la poesía, Carlos Fuentes nos guía, como otro Virgilio, en dieciséis relatos y dieciséis poemas corales intercalados en Todas las familias felices (Alfaguara), por los nueve círculos infernales del lugar que una vez fue la región más transparente. Relatos que habitan y recorren, entre la soledad y la muerte, todas las familias felices unidas por una común predisposición al mal y a las diferentes formas de la violencia, del engaño y de la corrupción del México contemporáneo.

Todas las familias felices se asemejan mientras que cada familia infeliz lo es a su manera, escribía Tolstói al comienzo de Anna Karénina.

Desde la elección irónica de ese título hasta el Corocodaconrad (la violencia, la violencia) que cierra el libro como un homenaje a Conrad y a Kurtz, se nos impone la fuerza de un Carlos Fuentes maduro y sarcástico, distanciado de una realidad que quizá sólo pueda presentarse así, desde dentro sí, pero vista desde arriba, como en los esperpentos y en las pinturas negras de Goya.

Desde el primer relato (Una familia de tantas), construido con una sintaxis vertiginosa en la que cada frase suena como un rayo o un latigazo, el autor pone las cartas sobre la mesa: un padre que sabe guiñar, un hijo que se pasa de listo y una madre que cantaba boleros canallas que eran el mapa de la vida real, de la que huye su hija para refugiarse en la Red de la realidad virtual y en los reality shows que pasan por Ciudad Juárez.

Sale el lector de ese relato y se toma un respiro con el Coro de las madrecitas callejeras para encontrarse con El hijo desobediente de Isaac, hijo de Abraham, que estuvo a las órdenes de un general Trinidad (claro) en la guerra cristera y tuvo cuatro hijos que se llamaron Mateo, Marcos, Lucas y Juan para pasar al Nuevo Testamento y no ser Esaú ni Jacob, que era lo que tocaba. Un relato de humor negro, un evangelio según Marcos.

Y a esas alturas, a las sesenta páginas, el lector está ya definitiva y felizmente preso de un libro excepcional, absorbido por una obra polifónica que, a través de los diálogos y los monólogos de los personajes, a través de las sibilinas intervenciones del narrador, le lleva por voces y lugares, de lo individual a lo colectivo, de lo familiar a lo social, de la casa a la calle, por la diversidad de la sociedad mexicana. Desde el presidente del país al indígena más pobre, desde el actor famoso a un sacerdote pecador, desde el solterón a un hombre con dos amantes.

Cualquiera de esos relatos podría estar en una antología exigente del género. Algunos, como The gay divorcee, tienen una altura que los convierte en pruebas definitivas de la maestría de un autor, de su capacidad estilística y de su potencia narrativa. Las voces del narrador y de los personajes se combinan en las distintas perspectivas de ese relato con una solvencia técnica ejemplar.

Y entre unos textos y otros, los turbadores coros que a ritmo de rap cumplen una misión fundamental, la misma que tenían en la tragedia clásica: resumen el pasado, comentan el presente y advierten proféticamente acerca del futuro.

Esos coros colectivos sostienen además el entramado de la obra, cosen su estructura y sirven de engranaje entre unos relatos y otros en un texto que quiere ser a la vez denuncia de la corrupción y exorcismo de la violencia, en una obra que aspira a unir pasado, presente y futuro con una actitud más próxima a lo apocalíptico que a lo edénico.

Entre la sonrisa y la mueca media el colmillo, se dice en un relato. En esa misma sutil diferencia que a veces enseña un colmillo está la frontera practicable entre el humor y el sarcasmo en esta obra coral e imprescindible, quizá la más ambiciosa y desde luego la más alta de las de Carlos Fuentes.

Santos Domínguez