3/8/06

Alma de nardo



Ignacio Gómez-Acebo. Alma de nardo.

Punto de lectura. Madrid, 2006.

De unos conocidos versos de Manuel Machado: "Tengo el alma de nardo del árabe español" procede el título de la novela de Ignacio Gómez-Acebo que con el título Alma de nardo ha sido publicada en Punto de Lectura y presentada recientemente en Madrid.

En ella, Ignacio Gómez-Acebo ha abordado en forma de novela histórica una época, la de Alfonso VIII de Castilla (1155-1214), llamado en su juventud "el Rey niño", por la que siempre sintió una especial fascinación.

Tras presentar sucesivamente a los actores de uno y otro bando y los lugares en los que ocurren los acontecimientos, Alma de nardo se centra en las batallas de cristianos y musulmanes, desde la derrota del Rey niño en Alarcos hasta que Alfonso VIII alcanza la victoria en las Navas de Tolosa.

Esas batallas dividieron y enfrentaron a las dos culturas e impidieron finalmente la creación de una civilización conjunta.

Alma de nardo es una novela sólidamente documentada en su base histórica. En el transcurso de la elaboración y el desarrollo del relato, Gómez-Acebo se ha ido metiendo dentro de una historia en la que no sólo le interesaron los hechos, sino también el reflejo de las costumbres de aquella época difícil y la psicología de los personajes, la parte más novelística, más imaginaria de esta obra.

Dejemos hablar al autor, que nos orienta sobre sus intenciones y su actitud en estas líneas del prólogo:

El autor tiene que reconocer que, habiéndose sentado con el intento de escribir una novela histórica, pronto empezó, con algo de aprensión, a notar un sentimiento parecido al que tan bien explicó Fernando Pessoa en su Libro del desasosiego: «Las épocas históricas son de pura maravilla, pues, desde luego, no puedo pensar que se realizarán conmigo».

La tentación de ser espectador de unos hechos y narrarlos, porque en su relato no nos pueden alcanzar sus salpicaduras, es grande. Uno cree que no hay riesgo en amar «Los paisajes imposibles (por pretéritos) y las grandes zonas desiertas de las llanuras en las que nunca voy a estar».

Gran error, pues es de humana condición que todo el que actúa, termina involucrado.

El que escribe, ya sea de los poetas oficiales o de los que sentimos en prosa, empieza viviendo con sus personajes, va tomando partido y como un dios providente de ese mundo que va creando con su escrito, tiene tentaciones de dejar volar la imaginación y variar el desenlace. Si así hace, habrá cometido un doble error; no sólo ya no estará escribiendo una repetición del suceso histórico, con visos de explicarlo lo más exactamente posible, sino que estará contribuyendo a desinformar a los pocos que leen.

Una historia descriptiva ha de pasar por alto todas esas cosas y muchas más, pero habrá cumplido su objetivo si consigue resumir para el lector alrededor de unos pocos personajes, la secuencia de los hechos y cómo se produjeron.

Éste es el momento elegido para asomar al lector a la vida y milagros de algunos personajes que poblaron aquellos tiempos. A través de ellos y sus historias espera el autor que se refleje el forcejeo de las dos culturas y la explicación de su desenlace.

Y así, tras hablar del joven rey y de los caballeros más destacados de su corte, de los almohades y del rey lobo, se abordan los forcejeos, las costumbres y las guerras, las escaramuzas, la derrota en la batalla de Alarcos y sobre todo la gran confrontación que se produjo en la batalla de las Navas de Tolosa, cuyos preparativos se describen con vigor y realismo. Especialmente destacables son las vigilias previas al día de la batalla. Esa noche merece dos capítulos en los que el lector se ve trasladado con vigor narrativo a los dos campamentos en los que velan sus armas los almohades y los cristianos antes de entrar en esa gran confrontación en la que se nos habla de la disposición de las tropas, del choque de los dos ejércitos y del recuento final.

Mayra Vela Muzot