31/5/06

Pío Baroja, a escena


Miguel Sánchez-Ostiz.
Pío Baroja, a escena.
Espasa. Madrid, 2006.

Con una personalidad tan compleja como la de Baroja, con una obra de tanta apariencia autobiográfica y tan mixtificadora al menos como la de Silvestre Paradox, no se puede tener el convencimiento de que todo está dicho sobre su obra.

Demonizado por unos y sacralizado por otros, su personalidad contradictoria, ha generado toda una bibliografía que bebe en las fuentes de sus memorias y las mira al trasluz.

Desde aquel lejano Pío Baroja en su rincón con el que Pérez Ferrero daba otra imagen del escritor y del hombre, Baroja ha ido saliendo de un espacio de sombra en el que en el fondo parece que nunca quiso estar.

Porque la biografía de Baroja es la del personaje literario que se crea una imagen pública sobre el eje precisamente de su aborrecimiento de lo público, de un carácter insociable más que dudoso.

Aceptemos que no hubo en ello simulación sino incoherencia. Aunque fuera así, explorar esas contradicciones e iluminar esas zonas de sombra justifica un nuevo acercamiento como este que hace Miguel Sánchez Ostiz en un libro de título significativo: Baroja a escena.

Un libro equidistante de la hagiografía barojiana y de la descalificación destemplada de Gil Bera, escrito con admiración contenida y crítica, con la brillante subjetividad de quien culmina en este libro una larga dedicación a Baroja y una lectura consolidada en la que el hombre malo de Itzea, aquel fauno reumático, le irrita y le emociona a la vez. Y con él a los lectores de Baroja y de Sánchez-Ostiz.

La obra de Baroja, y no solo sus memorias, es una autobiografía hecha a medida, la invención de una imagen. Una construcción sistemática pero llena de escamoteos, lagunas y contradicciones del Baroja personaje a través de sus apariciones estelares. Solitario y sociable, humilde y ególatra, insatisfecho y sedentario, rebelde y orgulloso, contradictorio siempre, buscó el calor de las tertulias y la congregación en torno a él de jóvenes admiradores entre los que fue fomentando el culto a la imagen oficial del novelista, su puesta en escena.

Ese es el punto de partida, el método y la tesis de este libro: la idea de que Baroja construyó simultáneamente su obra literaria y su proyección social. Lejano por igual de la inquina y de la beatería, no es este un estudio objetivo, sino una integración de vida y literatura en un peculiar rompecabezas compuesto desde la perspectiva de un curioso de la obra y de la persona que acude, más que a las memorias, a las abundantes contrafiguras que aparecen en sus novelas.

Ese es quizá el más alto valor del libro de Sánchez-Ostiz: el proponer un nuevo e inteligente manejo de materiales que integran y explican vida y literatura, materiales que refrescarán la memoria de los barojianos, que siguen siendo legión agradecida.

El hombre y su obra, dos construcciones paralelas llenas de luces y sombras, de virtudes y defectos, de vitalidad en suma.

Santos Domínguez

27/5/06

El amor y el tiempo y su mudanza


Kenneth Rexroth.
El amor y el tiempo y su mudanza. Cien nuevas versiones de poesía china.

Traducción de Carlos Manzano. Gadir. Madrid, 2006.


Heterodoxo, autodidacta y beat, Kenneth Rexroth (1905-1982) es uno de los nombres imprescindibles en la poesía norteamericana contemporánea.

Y lo más reciente es El amor y el tiempo y su mudanza. Cien nuevas versiones de poesía china. Un libro que apareció en 1970 y que publica Gadir, donde se había editado recientemente una antología de su obra poética en Actos sacramentales.

Pensadas en un principio para su propio y privado uso y disfrute, Rexroth se decidió a publicar estas versiones de poesía china en lengua occidental. La sugerencia, el temblor, la sensibilidad, la reflexión y un agudo sentimiento de la naturaleza se unen aquí para darnos otra dimensión de la poesía y de la realidad en una actividad que tiene más de ejercicio espiritual que de simple práctica literaria.

Actividad de la que surge la piedra filosofal de la poesía como una forma superior de conocimiento y depuración del espíritu. La contemplación serena y una conciencia que ilumina el mundo y es iluminada por él en un diálogo incesante que llamó la atención de otros poetas occidentales como Ezra Pound, que la tradujo, la imitó y la integró en su propia creación.

El amor, el ensueño y la meditación se funden en el marco de una naturaleza estilizada, con otoños propicios para sentir la fugacidad y el agua de los años y un sfumato difuso como la pena que flota en estos poemas y estos paisajes como una variante de la plenitud.
Pocas veces tendrá el lector oportunidades como esta para adiestrarse en el consuelo de la quietud y la escuela de la mirada entre bosques de bambú y flores de almendro, bajo la luna llena y por los senderos del tiempo.

Y en muchos de estos poemas, la sorpresa de encontrar un fondo compartido con la lírica primitiva europea, con las canciones femeninas que aquí se ponían en boca de las muchachas de Al Andalus.
En algunos de estos poemas nos parece oír a aquella misma muchacha inquieta y agitada que no quiere que amanezca o a la criatura impaciente ante la llegada del amigo.
Es la misma que canta junto al río de aguas verdes, al otro lado de un puente. Al otro lado del mundo y al otro lado del tiempo, es la misma muchacha la que se exalta o llora.


La intachable traducción de Carlos Manzano contribuye a acercar a nuestra sensibilidad estos poemas que no son cien, sino ciento once, en parte por generosidad y en parte por la supersticiosa seguridad de que eso trae buena suerte.

Santos Domínguez

25/5/06

Las bostonianas



Henry James. Las bostonianas.

Traducción de Sergio Pitol.
Mondadori. Barcelona, 2006

En su Cuaderno de notas, el 8 de abril de 1883, Henry James, que estaba en Boston por entonces, transcribía la carta que le acababa de escribir a su editor, J. R. Osgood. En ella le daba cuenta del argumento de una nueva novela que había empezado:
El marco de la historia se sitúa en Boston y sus alrededores; relata un episodio conectado con el llamado «movimiento femenino». Los personajes que incluye son en su mayoría personas del tipo reformista radical, particularmente interesadas en la emancipación de las mujeres, en concederles el sufragio, librarlas de las ataduras, coeducarlas con los hombres, etc. Consideran que es ésta la gran cuestión del momento —la reforma más sagrada y urgente.

Fuera de la carta, Henry James hacía esta anotación para sí mismo:

El tema es fuerte y bueno, con un interés ampliamente rico. La relación entre ambas jóvenes debería ser el estudio de una de esas amistades entre mujeres tan comunes en Nueva Inglaterra. Todo debe ser tan local, tan americano, tan lleno de Boston como sea posible: un intento de demostrar que puedo escribir una historia americana.

Esa novela iba a ser Las bostonianas y ocupa una posición central en la producción novelística de Henry James. Publicada cinco años después del Retrato de un dama, en ella está ya el mejor James, el sutil intérprete de la psicología femenina y el lúcido analista de la sociedad norteamericana y europea de finales del XIX.

La clave técnica de casi todas sus novelas es, además del tan mentado punto de vista, la composición, la preocupación por lograr una estructura cuidadosamente pensada por la que discurran el eje narrativo, las acciones y los personajes. Y esa precupación es particularmente visible en una novela como esta, en la que se van entremezclando tres planos con los que se teje un entramado complejo en el que coinciden lo individual, las relaciones de pareja y el trasfondo social.

Lo psicológico, lo sentimental, lo político. Los matices de la personalidad, las claves que explican los comportamientos en las relaciones amorosas entre las dos protagonistas y el convulso telón de fondo del sufragismo y el feminismo en el marco de una sociedad dinámica como la bostoniana de finales del XIX.

En los tres niveles hay luces y sombras, contradicciones, inseguridades, esperanzas y frustraciones. La complejidad psicológica es solidaria de la complejidad de los sentimientos y todo ello se proyecta en las difíciles relaciones sociales y de los esquemas conservadores del poder político.
Un complejo claroscuro ambientado en Bacon Hill, el distrito aristocrático de una sociedad en plena revolución industrial como el Boston de la novela, en el que se nos sumerge con ese ritmo lento y ese fondo de tristeza que suelen dejar en el lector los relatos y las novelas de Henry James.
Pese a la profundidad en el estudio psicológico de las protagonistas, Las bostonianas no tuvo una buena acogida crítica. Fue, eso sí, muy bien acogida por los sectores más abiertos y progresistas de la sociedad norteamericana. De hecho, contribuyó, si no a poner de moda, a normalizar relativa y efímeramente los matrimonios bostonianos, las parejas femeninas de hecho.

La aparición de este clásico en Mondadori, en un formato muy cuidado, recupera la traducción de Sergio Pitol que publicó Seix Barral a principios de los setenta. Y eso le otorga un valor añadido a un libro que por sí solo ya tiene muchos otros.

Santos Domínguez

22/5/06

El hijo de Gutenberg


Borja Delclaux. El hijo de Gutenberg
Nueva Biblioteca. Lengua de Trapo, 2006.

Ha muerto el dadaísmo, viva dadá. Con ese motivo se celebra una exposición en una imprenta. Allí coinciden Vargas, administrador de fincas, y Bruno, contable, que ya se conocían. Y ahora se reconocen y descubren la doble vida del otro: uno es linotipista un día a la semana; el otro es un experto en pantuflas.

El hijo de Gutenberg, que ha publicado Lengua de Trapo, es la historia de Bruno y Vargas, dos personajes atrabiliarios y tiernos que se alegran de saber que también el otro suele ir con los calcetines desparejados; la historia de la relación entre sujetos, pero también entre sujetos y objetos. La mirada del autor y de los personajes sobre el mundo es tan peculiar que los hombres, los animales y las cosas acaban cobrando una nueva dimensión y el mundo queda iluminado con una nueva luz. De esa manera, la mirada de los personajes da nueva vida a los objetos que les rodean, y los objetos, a su vez, influyen en los personajes para hacer que se comporten y acaben siendo de otra forma.

Y así, Dadá, Cortázar y los cronopios acaban conjurándose para que se nos haga creíble el desarrollo de la vida en el interior de unas zapatillas-tiesto.

De Borja Delclaux (1958-2006) decía Javier Goñi que pertenece a la tribu de los frecuentadores del fulgor de unas pocas palabras. Eso explica el divertido episodio de la competición de palíndromos entre dos personajes, Otto y Elle que son –también ellos- dos palíndromos.
Entre La sed de sal, y Loca la albahaca habla a la col, un palíndromo dadaísta en el que resuena la voz de Neruda, un ejercicio constante de divertido fulgor entre internautas.

Creo que me hice escritor -confesaba Delclaux- cuando leí Rayuela y descubrí una escritura diferente, una forma distinta de plantearse la literatura. No me atrevo a decir que me influyó —de hecho, por si acaso se me cae, no he vuelto a leerla ni creo que lo haga nunca—, pero me abrió una puerta y me mostró un camino que yo estaba buscando sin saberlo. No me atrevo a citar ninguna influencia en particular, aunque seguramente a uno le influyen, de una u otra forma, todos los escritores que va conociendo. Y no sólo escritores: también artistas como Duchamp, cuya vida y obra he seguido con enorme interés. Hay, sin embargo, un libro con el que, salvando las distancias, encuentro cierta identificación con mi novela: Historia abreviada de la literatura portátil.

Perteneciente según confesión propia a la secta de los walserianos, no es que trate de imitarlo, porque el mundo de Walser es inimitable, pero hay unos rasgos de familia, una actitud ante el mundo, una forma de mirar a los demás y de enfocar la vida desde una radical soledad que le emparenta de forma inconfundible con el autor de los Microgramas y con el absurdo asumido a través de un humor inteligente.

Terminado El hijo de Gutenberg – decía Borja Delclaux hace pocas semanas- he vuelto a La sonrisa de un árbol, novela que tengo bastante avanzada y que espero terminar... Eso nunca se sabe. En un futuro me gustaría escribir un segundo libro de picatostes.

Desgraciadamente, nada de eso será ya posible. Borja Delclaux murió el pasado 8 de abril sin coronar esos dos proyectos.

Nos deja de recuerdo un libro como este.

Santos Domínguez

20/5/06

Puedo escribir los versos más tristes esta noche


Félix Grande
Puedo escribir los versos más tristes esta noche
Bartleby Editores. Madrid, 2006

Para inaugurar su nueva colección Lecturas21 Bartleby acaba de reeditar, con una lectura de Manuel Vilas, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, un libro de poemas en prosa que Félix Grande escribió entre 1967 y 1969 y que se editó formando parte de Biografía, su obra poética completa.
Es la primera vez que se publica exento este libro alucinado y potente, lleno de misterio y de temblor, de técnica y llanto. Un libro escrito entre Blanco Spirituals y las Rubáiyátas de Horacio Martín, dos obras esenciales de las que existe una magnífica edición prologada y anotada por Manuel Rico en Cátedra Letras Hispánicas.

Poesía visionaria que se proyecta sobre la realidad cotidiana para ungirla con la dignidad del dolor o la protesta desde una posición moral que va más allá del compromiso con la realidad y con la palabra poética, como si nos hablase un Lear contemporáneo.
Nos llega desde estos poemas en prosa la respiración atormentada y jadeante del insomne, del exiliado del mundo que pelea a pecho abierto contra la injusticia metafísica del tiempo y contra injusticias más concretas.
Quedan estos textos como el testimonio de un hombre que dialoga consigo mismo y con los demás y se purifica en ese experimento con los límites del lenguaje y de la realidad.
Límites que en el libro quedan marcados por un espacio que cubren las palabras entre la primera frase (Caía en mi herida como en un barranco) y la última (Y todo es solitario y sideral).

Decía más arriba que es la primera entrega de Lecturas21, una colección con la que Bartleby irá recuperando libros esenciales de la poesía española contemporánea que no se encuentran ya en ediciones exentas. Se anuncian ya nuevas entregas: Fiesta en la oscuridad, de Diego Jesús Jiménez, Tratado de urbanismo, de Ángel González, Descrédito del héroe, de Caballero Bonald y Blues castellano, de Gamoneda.
Santos Domínguez

18/5/06

El testamento de un bromista





Jules Vallès
. El testamento de un bromista.
Traducción de Luis Eduardo Rivera.
Periférica. Cáceres, 2006.

Construido como una sucesión de viñetas, este Testamento de un bromista que publica por primera vez en español Periférica con una traducción de Luis Eduardo Rivera, es un peculiar diario que se inicia en 1838 cuando el bromista tiene, como Jules Vallès (1832-1885), seis años.

Estos apuntes autobiográficos, estas escenas rápidas y vivas, estos bocetos de una niñez maltratada sirvieron de base para la redacción de El niño, la primera novela de la trilogía autobiográfica Jacques Vingtras, que completan El bachiller y El insurrecto y que admiraron lectores tan dispares como Zola, Camus o Jorge Semprún.

El testamento de un bromista se publicó en 1869, un par de años antes de la Comuna de París de 1871 y es en gran medida una explicación de sus causas y de la experiencia de Vallès como víctima de una sociedad injusta y arbitraria. Con una educación degradante y cruel que le preparaba para ser mendigo, criado o asesino, el personaje acaba siendo un revolucionario. La fuerza de esos cuadros que articulan el relato es la que procede de lo vivido, de lo sufrido, porque este es un texto amargo y escrito en unos tonos negros apenas suavizados por algún leve toque de humor distante.

Cuando La Pléiade publicó la obra de Vallès no incluyó este texto, por el que su autor sintió el aprecio que se tiene ante lo germinal, ante lo que finalmente cumplió la misión imprescindible del borrador o del acopio de materiales que acaban integrándose en un proyecto más amplio.

Este es su brillante antecedente.

Santos Domínguez

16/5/06

Connolly. Obra selecta



Cyril Connolly. Obra selecta.
Lumen. Barcelona, 2005.


Uno de los mejores críticos del siglo XX, W.H. Auden reclamaba una práctica desenfadada y conversacional, en la que estuviera desterrado el engolamiento académico. Exactamente eso es lo que representa él mismo o su amigo Cyril Connolly, del que Lumen ha publicado un voluminoso tomo con su Obra selecta, un enjundioso libro de más de mil páginas de imprescindible y refrescante lectura.

Aquí, donde la crítica se ha hecho por gente que no escribe y a veces ni siquiera lee, o lee sin gusto o con envidia, o con la parcialidad y la mala intención propias de los académicos de Argamasilla, ese tipo de crítica(con alguna brillante excepción como El pie de la letra de Gil de Biedma, que hoy se puede leer en una cuidada edición en Mondadori) ni se practica ni se entiende. Pero quizá es la única que de verdad agradecen los lectores. Una crítica que a veces no es demasiado profunda, ni demasiado rigurosa, pero es siempre apasionada y sincera porque está hecha con la visceralidad y la subjetividad del buen lector que fue Connolly. Practicada sin pompa ni dogmatismo, esa tarea está cerca del memorialismo porque para los buenos lectores literatura y vida se confunden para bien y para mal y las lecturas se integran en sus recuerdos personales.

Heredero de Chesterton en más de un aspecto, Cyril Connolly es, como aquel, un escritor inteligente y desenfadado. Fue un novelista y un poeta frustrado y a pesar de eso no ejerció el rencor en las reseñas sobre las que proyectó su talento indisciplinado. Pertenece a la espectacular promoción de escritores (Auden, Orwell, Isherwood) que sucedió al grupo de Bloomsbury. Como ellos, vivió una época de convulsiones políticas y morales. Igual que Auden, que escribió el famoso Spain 1937, como el Orwell de Homenaje a Cataluña, Connolly estuvo en España durante la guerra civil como corresponsal en la retaguardia republicana y con ese motivo escribió excelentes artículos, algunos de los cuales se recogen en esta edición.

Disperso y desordenado, Connolly terminó pocas obras. Una de ellas, Enemigos de la promesa (1938) es una interesante ingagación sobre la literatura contemporánea en la que se mezclan el ensayo y la autobiografía. Se abordan en ese libro los peligros a los que tiene que enfrentarse el joven escritor: el periodismo, el éxito, la pereza, el compromiso. Esos son los enemigos de la promesa.

Tú de verdad escribes sobre literatura -le decía en una carta Auden a propósito de este libro- de la única manera que resulta interesante a todo el mundo, salvo a los académicos, como una ocupación real semejante a la banca o a follar, con todas sus servidumbres de egoísmo, aburrimiento, excitación y terror.

Sobrevivió a su abulia, a las guerras y a un matrimonio fracasado redactando artículos y cobrando anticipos por obras que no llegaría a escribir nunca.
En cambio, los apuntes (reflexiones, citas, notas de lectura), que va anotando en sus cuadernos entre 1944 y 1945 como el diario de una crisis, cuajaron en un libro misceláneo, inclasificable e intenso: La tumba inquieta, firmada con seudónimo: Palinuro, el timonel de Eneas. Pecios, restos, astillas conforman ese libro de fragmentos, el último de Connolly, que a partir de entonces se dedicó a sobrevivirse a sí mismo, a sus fracasos, a su indolencia con artículos y recopilaciones.

Todo eso puede leerse en esta Obra selecta recogida con generosa amplitud en esta edición. Eso y lo que seguramente es lo mejor de todo el libro: la selección de textos dispersos sobre poesía y narrativa contemporánea: Hemingway y T.S. Eliot, e.e. cummings y Joyce, Auden y Orwell aparecen analizados en textos memorables que podrían servir de prólogo a cualquier edición rigurosa de esos autores.

Y el último artículo, La poesía, mi primer y último amor. Lo escribió Connolly en 1974, poco antes de morir, y es su brillante testamento crítico.


Santos Domínguez

14/5/06

La verdad de Agamenón

Javier Cercas.
La verdad de Agamenón. Crónicas, artículos y un cuento.
Tusquets. Barcelona, 2006.


La verdad de Agamenón es el vertiginoso y divertido cuento que cierra este libro y lo abre. Le da título y es el último de los textos reunidos en este volumen recopilatorio del Cercas disperso que publica Tusquets. A la vez homenaje y parodia, es un relato ejemplar, uno de esos textos que resumen las claves narrativas, literarias y vitales de su autor.

Híbrido de técnicas y enfoques, conviven en ese cuento y en los artículos de La verdad de Agamenón la realidad y la ficción, la hondura y el sarcasmo en un tránsito por las fronteras de los viejos géneros para completar una imagen cercana del autor de Soldados de Salamina. Aquí la autobiografía se mezcla con la imaginación, la literatura con la memoria, la lectura con la experiencia hasta cuajar en esa fórmula felizmente recuperada de los relatos reales que empezó a publicar en la edición catalana de El País y se recogieron hace unos años en Acantilado.

En el peculiar cajón de sastre que es la literatura caben el provecho y el gusto, la reflexión y el chiste, el relato y el apunte autobiográfico. Creo que en ese mestizaje de literatura y realidad, de narración y crónica está no solo el mejor Cercas, sino sus peculiares señas de identidad.

Los textos que ahora se recogen en este volumen enjundioso y apretado se habían venido publicando en los últimos cinco años.

Es una reunión de perplejidades y nostalgias que se agrupan en la sección Autobiografías, son los textos combativos o plémicos de Cartas de batalla, los Nuevos relatos reales que retoman la línea de los textos mestizos a los que se aludía más arriba, los homenajes a los narradores, poetas o ensayistas con los que Cercas mantiene el diálogo de la gratitud y el reconocimiento.

El título del libro es una alusión al chiste que abre el Juan de Mairena. Javier Cercas explica en el prólogo el sentido del pasaje machadiano. Contra la verdad oficial de los que se arrogan la autoridad sobre la palabra para falsificar la realidad y reescribir la historia está escrito este libro.
Santos Domínguez

12/5/06

Ligero de equipaje


Ian Gibson.
Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado.
Aguilar. Madrid, 2006.


En ningún otro poeta español contemporáneo se cumple de modo tan natural la compenetración entre vida y literatura como en Antonio Machado. Por eso era tan indispensable en la bibliografía machadiana un libro como este Ligero de equipaje de Ian Gibson que acaba de publicar Aguilar.
Desde las viejas biografías de Pérez Ferrero o Ribbans han ido apareciendo nuevos datos y nuevos textos que hacían imprescindible un estudio global como este, que es más que una biografía.
Un estudio en el que debían integrarse adecuadamente en una visión revisada los nuevos datos biográficos a la luz de unos textos que a su vez quedan iluminados por la peripecia vital de quien no es ( ni de lejos) el mejor poeta del siglo XX, pero sí probablemente su referencia fundamental, el poeta más importante. No es lo mismo.

Y ese es precisamente el valor de este Ligero de equipaje: más que la aportación de novedades, una integración de referencias biográficas y poéticas para llenar un hueco, para construir una imagen total de Antonio Machado, un recorrido minucioso por su biografía y su trayectoria literaria.

Escrito con admiración y sin beatería, el libro es también un homenaje al poeta que Gibson frecuenta desde hace cincuenta años.

Es muy inteligente el planteamiento que hace Gibson cuando organiza el libro en una doble línea que une tiempo y espacio, la geografía vital con la palabra en el tiempo que es el poema para Antonio Machado. De esa manera se nos lleva, combinando tiempo, espacio y poesía, de Sevilla a Collioure pasando por el Madrid bohemio de las tertulias, el teatro y el periodismo o el París simbolista de Verlaine.

Y ya en la fase de madurez, Soria y el paisaje de Castilla y Leonor y la Baeza provinciana de don Guido. Y entre Segovia y Madrid el tren y Guiomar, una relación problemática y desdichada, una de las tres heridas de Antonio Machado, junto con Leonor y la guerra.

No se trata solo de esos paisajes exteriores, sino también y sobre todo de las galerías del alma, de los paisajes íntimos: del patio de la niñez o la rebotica oscura o la fuente del recuerdo. Unos espacios domésticos propensos al recuerdo, a la evocación y a la ensoñación simbolista.

Con un manejo muy solvente de datos y textos a la que nos tiene acostumbrados desde su monumental biografía de Lorca, Gibson ha elaborado otra de esas obras definitivas que además son un éxito de ventas.

Habrá (estoy seguro) una reedición muy pronto. Será el momento de corregir las transcripciones descuidadas de algunos textos en los que se han deslizado errores que afean el libro y desmerecen de una obra que se ha hecho con tanto esfuerzo y talento.

Santos Domínguez

9/5/06

Canción de cuna y otros poemas



W. H. Auden. Canción de cuna y otros poemas.
Selección, traducción y prólogo de Eduardo Iriarte.
Lumen. Barcelona, 2006.



Para gran parte de la crítica, W. H. Auden es el mejor poeta inglés del XX. La poesía, como se sabe, tiene poco que ver con los escalafones y casi nada con la crítica literaria, pero hay un hecho incontestable: para muchos lectores de poesía Auden es uno de sus autores preferidos.
El autor de El mar y el espejo fue también un excelente crítico, un excepcional lector. Sus páginas sobre Shakespeare son imprescindibles para una lectura contemporánea de los clásicos. Y La mano del teñidor es una de las reflexiones más lúcidas sobre la poesía desde la doble perspectiva del autor y del lector.

Su poesía, arriesgada y al límite de la sensibilidad, del pensamiento y de su articulación estilística, sigue ejerciendo una poderosa influencia sobre la poesía europea, no solo sobre la lírica anglosajona. Es bien conocido el decisivo influjo que ejerce sobre Jaime Gil de Biedma, para poner solo un caso.

La antología que publica Lumen en versión bilingüe con el título Canción de cuna y otros poemas es, por lo que conozco, la más amplia y la de más calidad. Se ha encargado de preparar la generosa selección y la traducción Eduardo Iriarte, que ha escrito también un prólogo iluminador para introducirse en el temperamento y en el tono poético de la obra de Auden. Una obra comprometida con la realidad y con la lengua, con las que el poeta mantiene una relación siempre problemática y a menudo dolorosa.

La traducción me parece la mejor de las que he leído de la poesía de Auden. Es limpia, se ha hecho con respeto al texto original y con buen oído, una cualidad que se echaba de menos en otras versiones anteriores al español de una obra tan alta.

No faltan en ella tres de los poemas emblemáticos de Auden. Tres textos que por sí solos servirían para demostrar la altura de toda una obra: España, 1937; En memoria de W. B. Yeats o el Elogio de la piedra caliza en tres versiones magníficas.

O lo último que escribió, en sus días menguados, el estremecedor texto que terminó en agosto de 1973, un mes antes de morir. Se trata de Arqueología, que termina con estos versos definitivos:

Lo que denominan historia
no es nada de lo que jactarse,
hecha como está
por el criminal que llevamos dentro:
la bondad es intemporal.

Santos Domínguez