17/1/06

Donde la noche cante o se ilumine



Juan Eduardo Cirlot. 
En la llama. Poesía (1943-1959)
Siruela. Madrid, 2005.

En ese territorio del sueño y la iluminación visionaria de la realidad, en ese alumbramiento del mundo que convoca el verso de Cirlot que uso como título, radica la razón de ser de su poesía.
En la llama, que acaba de editar Siruela, reúne por primera vez en un solo volumen preparado por Enrique Granell veintisiete entregas de esa obra dispersa y minoritaria que circuló fuera de los ámbitos comerciales, frecuentemente autoeditada entre 1943 y 1959, y difícil de encontrar salvo en antologías tan parciales como redundantes.
El núcleo central de la obra de Cirlot es el ciclo Bronwyn, que publicó esta misma editorial en 2001. Más heterogénea, pero fundamental en la construcción de su universo poético, En la llama reúne al Cirlot simbolista y al surrealista que lleva a su extremo radical la práctica de la escritura automática, al admirador de la música dodecafónica y al experto en imágenes y símbolos.
Frente al garcilasismo ambiente, persiste aquí la influencia del Neruda de Residencia en la tierra, de Cernuda, del Lorca posterior al ciclo de Nueva York. Conviven esas raíces hispánicas con el surrealismo francés de Breton y Eluard, con La tierra baldía de Eliot y con referentes anteriores del irracionalismo poético y la poesía visionaria: Blake y Góngora, pero también los libros sapienciales de la Biblia y el Lope cultista y atrevido de La Circe.Esas referencias convoca una obra como la de Cirlot, deslumbrante en su irracionalidad y en su vinculación con lo mejor de la vanguardia de los años veinte y treinta. Una dirección poética al margen de los circuitos oficiales de Escorial y Garcilaso y de la contestación espadañista. Una insularidad estética solo comparable a la de su amigo, el postista Carlos Edmundo De Ory.
Sólidamente anclada no solo a referentes poéticos, sino a movimientos plásticos como los que canalizó la revista Dau al set, a tendencias musicales vanguardistas, a Kandinsky, a Schönberg, a lugares y objetos, quizá sea La Dama de Vallcarca el conjunto de poemas que podría sintetizar esta etapa fundamental en la poesía de Cirlot: la convivencia de la geografía real con la simbólica, músicas y ritos y colores, símbolos y sueños, irrealismos diversos. Y siempre la palabra articulando el mundo. Y dándole batalla.
Así ocurre, por ejemplo, en Pájaro de fuego, un poema de Árbol agónico (1945), donde se aúnan ejemplarmente desde el título la alusión a Stravinski y la metáfora visual, la imagen visionaria y el símbolo o el irracionalismo para indagar en una realidad de vértigo y vacío.
Incluso en los primeros textos, contaminados de la moda sonetil de la poesía arraigada, Cirlot escribe textos de altísima calidad que enlazan más con Lorca y con lo poco que se conocía del amor oscuro, que con los garcilasistas. Y allí ya la invocación a la imagen, a la metáfora o a la metonimia en versos memorables como estos que cierran su Oración en el huerto:
"Sí, mi mejilla nocturna al sacrificio
ofrece su dulzura de pájaro y gemido."

Ese despliegue metafórico es la base constructiva de una poesía febril y visionaria que establece un diálogo estremecido, doloroso o exaltado, con el mundo, en un experimento con la noción de límite, siempre entre lo órfico y lo apocalíptico.
Una poesía levantada con palabras que fluyen con más fuerza cuando abandonan la rigidez del soneto o del verso medido y se desborda en la libertad expresiva del poema en prosa, quizá lo mejor de todos estos libros. Un poema en prosa que alcanza su plenitud en la intensidad de 80 sueños, uno de sus libros esenciales, traspasado de símbolos que configuran un universo personal y ligado a las tradiciones mitológicas que exploró Cirlot en su imprescindible Diccionario de símbolos.Las páginas finales de En la llama recogen tres declaraciones poéticas, tres reflexiones de un Cirlot que se replantea constantemente la función de la poesía y la misión del poeta. Por cierto, casi a la vez que el libro de Cirlot leo una interesantísima tesis doctoral que presentó en 2004 en la Autónoma de Madrid José Luis Corazón. Se titula La escalera da a la nada. Estética de Juan Eduardo Cirlot y su enfoque es filosófico más que literario, pero esclarece el sólido fondo estético y ontológico que sustenta esa literatura. No tengo noticia de que se haya publicado. La versión que tengo es la mecanografiada que leyó el tribunal. En todo caso, convenientemente adaptada, merecería que saliera a la luz.
Que en aquellos años de amanerado preciosismo triunfalista, de poesía en armas y estancias vacías pudiera existir, aunque subterránea, una poesía como esta no deja de ser asombroso y vincula a Cirlot con la mejor tradición del 27.
Con la recuperación rigurosa de esa etapa de Cirlot asistimos a la configuración poética de esa voz que va creciendo en intensidad en cada uno de los libros que se recogen en este volumen y que constituyen ese peculiar camino de perfección que culmina en Bronwyn y persiste como una de las obras poéticas fundamentales del siglo XX en España.
Santos Domínguez